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BOCETOS HISTÓRICOS
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nían candilejas de luz azulada también, dejando ver ·el sím–
bolo de la muerte armada de la clásica guadaña. La música
sonaba más fuerte y cada vez era más triste; el cortejo de
devotos era numeroso
y
llenaba la calle. avanzando pausa–
damente; de pronto, y sin que la aterrorizada mujer se die–
ra cuenta, se elevó el suelo y la procesión principió a desfilar
delante y cerca de ella. Doña Jordana notó entonces, con es–
panto, que los acompañantes eran esqueletos humanos, cu–
biertos con largas mortajas blancas y que, sosteniendo tibias
encendidas a manera de cirios, pasaban inclinados cantan–
do una salmodia fúnebre. Sin ánimo para correr ni lanzar un
grito, la viuda miró espantada que las indias que la acom–
pañaban dormían profundamente, mientras ella sufría los
horrores de esta espantosa visión. Cuando haciendo esfuer–
zos sobrehumanos se inclinó para despertar a las indias y
quiso da¡; un grito de horror, uno de los esqueletos se acercó
a ella y exclamó :
- Juzgv.vidas y chismosa : tienes aún tiempo de arre–
pentirte de tus pecados. Pide a Dios misericordia y perdón
a las gentes que ofendió tu lengua; ten este cirio que arde en
ultratumba, y dentro de dos días serás ya J.a penitente de este
fúnebre cortejo.
Cayó doña Jord::ma desvanecida, y cuando volvió en sí,
ya en pleno día, sintió la debilidad de un cuerpo envejecido
y se vió atacada de mortal tristeza. El plazo era fatal, y pa–
ra atestiguar la verdad de lo ocurrido, había quedado la tibia,
ese misterioso cirio que arele en ultratumba
!
Y la vieja niñera que esto me contaba, decía solemne–
mente:
- Tuvo tiempo de arrepentirse la
juzgavidas,
porque
Dios tomó en cuenta sus caridades; pero la procesión de la
muerte concluyó con las chismosas.
La niñera t enía entonces aspecto de sibila.
¡
Era, en efec–
to, la tradición viviente
!