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BOCETOS HISTÓRICOS

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años, y los 10 hecho minero del cerro,

eri compañía de don

Rodrigo Peláez, hombre de España, y con tanto disimulo, que

ni don Rodrigo, su amigo y compañero de mesa y cama, no le

oyó acción, ni le vió cosa contraria a nuestra santa fe. Fuese

a u país como queda dicho, muy rico. Llegó a la parte de

Constantinopla, donde, según se leyó en cartas de don Rodri–

go, imperaba en aquel tiempo el Sultán Mahomet, a quien be–

só la mano Emir Si.gala . al cual en Potosí llamaban el capitán

Zapata; dióle cuenta a su Gran Señor de todos los sucesos que

había tenido en 17 años, que hacía que faltaba de Constanti–

nopla, y la mucha plata que había sacado del cerro. Hízole el

Gran Señor muchas honras, nombrándole General de las Ga·

leras Turcas, aunque otros dicen lo nombró Vizir y después

fué Rey de Argel.

Don Rodrigo Peláez, su amigo, habiendo también reco–

gido mucha plata de Potosí, se volvió a España cuatro años

después que se despidió de él el fingido Zapata; y por abre–

viar este punto, dijo que fué cautivado por los bárbaros, co–

mo él mismo lo escribió; y llevado a Argel, fué vendido a Mus–

tafá, hermano menor de Emir Sigala, que en la ocasión reina–

ba. Fué feliz la esclavitud de don Rodrigo; pues como vivie–

sen en palacio juntos los dos hermanos, ¡::udo el rey ver a don

Rodrigo, a quien a primera vista lo conoció; mas no el cris–

tiano al bárbaro. Apartó el rey la gente y llamólo a solas a un

jardín, donde le preguntó si lo conocía; díjole don Rodrigo

que nó; díjole Sigala: " Pues sólo en 20 años has borrado de

tu memoria una tan estrecha amistad, como la que tuvimos; ·

¿

oo conoces al capitán Zapata, con qu.jen fuiste minador del

cerro de Potosí

? "

Entonces le conoció y quiso echarse a sus

plantas, mas no lo permitió el rey, antes lo sentó

a-

su lado re–

firiéronse el una al otro los sucesos que habían tenido desde

el punto de su ausencia hasta el presente, en que estaban. Dí–

jole Sigala, que pues ya por. él corría su libertad y cuando se

fuese a España escribiese todo lo que había visto y díchole a

la Imperial Villa de Potosí; que aunque de contraria ley, es–

taba muy agradecido al verdadero Dios, a sus vecinos y al

cerro. Pidióle don Rodrigo, que ya que le prometía la libertad,

le diese también una carta de su mano y sello para enviarla

a Potosí, para mayor crédito. Así lo hizo; y de allí a dos me-