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EL AYLLU

tiva, que se ha llamado la psicología de los

pueblos, y que no fue otra que las modali–

dades del genio romano extendidas á todos

los dominios del imperio de los Césares.

Á

donde nos

remontará, de consiguiente,

aquella filiación lingüística, es á una fuente

común de interferencias históricas, en una

palabra, á encontrar los lazos de copartici–

pació psíquica, política ó s®dal en tiempos

pasamo

' lCi>s pueblos de hoy.

Mas ,

ae

sólo las similitudes de lenguaje

/

enc·e an en s-í la virtud de llevarnos á las

procedencias humanas. Existe también iden–

tidad en los usos, costumbres é instituciones

de los pueblos, de donde podría inducirse la

comunidad de sus orígenes. Pero, ¿acaso

las semejanzas sociales valen

tanto que

aquellas? ¿Tendrán igual fuerza retrospectiva

é

igual precisión, sobre todo, de revelarnos

la filiación serial de las ideas y usos de los