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VIDA DEL SANTO

·cisco de Borja que, al dar razón de la im–

presa últimamente por el P. Pedro Suau,

mencionan los redactores de la

Ci'vtlta

Cat–

tolica

en su. número de

2

de Septiembre

de 1905, la más antigua es «quella del Vas–

quez pubblicata (dicen) da! Nieremberg»

(pág. 614): conviene á saber, esta misma

cuyo título acabamos de copiar, y cuyos orí–

genes y vicisitudes declara as! el P. Suau en

el párrafo de donde tomaron su noticia los

dichos redactores:

«

Dans les vingt années

qui suivirent la mort de Frani¡:oís de Bor–

gia, deux historiens, Denis Vasquez (1586)

et Pierre de Ribadeneyra (

l

592), resumerent

ce qu'ils savaient de sa vie.... L'ouvrage de

Vasquez était resté inédit. En 1643, Nie–

remberg le publia sous son nom, et sans

nommer l'auteur.... Nieremberg copia Vas–

quez, accentuant le panégyrique, effai¡:ant, de

l'reuvre originale, ce qui servait moins son

dessein....»

(S.t

Fra1u;.

de B orgia,

págs.1-11).

Cuanto al silencio que aquí se tacha

del P. Nieremberg respecto al nombre del

P. Vázquez, sólo hemos de observar que no

es tan absoluto como se supone. Cierto que

no le nombra en la portada, pero tampoco

le olvida en la

Advertencia y Protesta

que

va al frente de la

Vida.

Elogia en ella la

impresa por el P. Ribadeneyra, y añade

luego á continuación: «No tuuo suerte de

salir a luz, otra historia mas dilatada, que

el P. Dionisia Vazquez escriuio del mismo

Santo. Tuuela yo de que viniesse a mis

manos, juntamente con los processos que

con autoridad Apostolica se han hecho para

la Canonizacion deste sieruo de Dios. De

todo lo qua!, y de otros libros que he visto

Italianos, he ampliado la vida y virtudes

<leste admirable varon ».

Pero ¿bastará mención tan pasajera de la

H istoria

del P. Vázquez, para sacará salvo

Ja honradez del P. Nieremberg, y librarle de

la nota que se le impone de plagiario y aun

de usurpador de obras ajenas?

Como, para responder acertadamente á

esa pregunta, es necesario determinar ante

todo el uso que se hace de la dicha

Histo–

ria

inédita del P. Vázquez en Ja

Vida

del

P. Nieremberg, he aquí lo que, después de

haber cotejado diligentemente la una con

la otra, podemos dar por cierto en este

punto. Aparece copiada en el impreso la

mitad del manuscrito casi á la letra, y arre–

glada la otra mitad conforme al gusto, len–

guaje y apreciaciones personales del P. Nie–

remberg¡ e,l cual tscrupulizó tan poco en

servirse de lo que hallaba en

el

P. Vázquez,

que en muchos capítulos conservó hasta el

epígrafe del original que tenía á la vista.

Mas todo ello se entiende sólo cuanto á los

cuatro primeros libros de su

Vida,

que son

los que únicamente pueden disputársele¡

pues lo esencial de los dos últimos, quinto

y sexto; esto es, lo relativo á los milagros y

profecías del Santo Borja, no puede negarse

que sea propiamente suyo, aunque haya

también apuntado algo -de ello en el Ms. del

P. Vázquez. Además, aun en medio de co–

piar tanto como decimos, anduvo tan hábil

el P. Nieremberg en escoger y entresacar

de una parte y de otra lo mismo que copia–

ba, y tan ingenioso en darle vida propia,

merced á, si tal vez ligeras y casi impercep–

tibles, tal otra más graves

y

profundas mo–

dificaciones, que llegan á alterar por com–

pleto la idea del primer autor, afiadiendo ó

cercenando de paso lo que le convenía ó

estorbaba, y retocando ó rehaciendo con

discreción numerosos párrafos que pudieran

muy bien conservarse intactos, que nadie

hubiera caído en la cuenta de que se valía

de una obra ajena, y menos de un autor tan

poco parecido á él, así en el carácter y estilo,

como en las ideas y pretensiones, á no to·

marse el trabajo los curiosos de compararla

con la impresa. Tan diversa aparece la

Ht's–

toria

primitiva de la nueva

Vida

de San

Francisco de Borja; y tan propia ésta de la

pluma del P. Nieremberg, como cualquiera

otra de las que más de seguro se

~abe

ser

total y exclusivamente suyas.

Ya vemos que ahora no bastaría esa cir–

cunstancia para abonar el proceder de quien

se atreviera á seguir el ejemplo del P. Nie–

remberg. Pero en tiempo de nuestro escri–

tor no parece que fueran tan rigurosas las

leyes de la propiedad literaria, mayormente

en obras que, ó no se destinaban á la im–

prenta, ó, aunque $e destinasen á ella, que–

daban arrinconadas en los archivos, por no

juzgarlas dignas sus censores de que saliesen

á luz. Ésas, sobre toqo en comunidad'!s reli-