VI
poblaciones, con abstracción de las otras, y examinar detenida–
m'ente la progresiva resurrección de su vida religiosa y ecle–
siástica. He escogido con preferencia el gran ducado de Baden,
cuya historia es de lo más curioso é instructivo. En efecto, en
las riberas del Rhin superior parece haber sido la decadencia
más profunda que en todas partes, y actualmente es allí tanto
más perceptible el despertar, cuanto que procede de más lejos.
La resurrección del gran ducado de Baden ha sido en su ma–
yor parte obra de un hombre, de un valeroso obispo. En gene–
ral se ha notado que, tanto en este como en otros terrenos, la
victoria depende casi siempre de un hombre providencial,
obispo ó laico. En el capítulo que he dedicado á Hermann de
Mallinckrodt se ve& la influencia poderosa, decisiva , que este
noble cristiano ha ejercido en los destinos del catolicismo ale–
mán. Por su carácter, por su genio político, por su
fe
ardiente,
Mallinckrodt ha hecho del Centro un ejército invencible. Al co–
municar á los obispos, al clero, al pueblo la fuerza indomable
que l"l animaba, ha sido el alma de la resistencia. Si los católi-
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pr.usianos han triunfado, es porque estaban dirigidos por los
, Windthorst y los Mallinckrodt.
Con jefes tan hábiles, las mismas derrotas se convierten en
victori as. En Febrero último , los católicos, y con ellos los con–
sen~adores
protestantes, han sido vencidos en la lucha por la
escuela religiosa. Todos sabemos en qué circunstancias y con
qué intervenciones; pero lejos de desanimarse, su derrota mo–
mentánea ha sido para los católicos prusianos un aviso saluda–
ble: los jefes del Centro han organizado en tod as partes, en
Breslau, en Berlín, en Magdeburgo, etc., poderosas reuniones,
en las cuales innumerables católicos han aplaudido á Porsch, á
Lieber, á Schorlemer-Alst, etc. En Magdeburgo, más de
4,000
sa–
jones se han reunido bajo la presidencia del
rey de los campesÍf/os:
por primera vez despu és de la Reforma , celebrábase una potente
asamblea católica en esta ciudadela del protestantismo.
Estas
e~pl éndidas
manifestaci ones de la fe católica se propa–
gan de provincia en provincia , de ciudad en ciudad, y acabarán
por dar la vuelta á todo el reino. Al combatir la ley escolar,
creían los liberales debilitar á la Iglesi a y
á
los católicos; no han
logrado otra cosa que cimentar la unión, reavivar su celo, y
ponerlos en guardia contra los lazos de sus enemigos. Corrían el
riesgo de dormirse al arrullo de las promesas ministeriales; en
todo caso, más de uno comenzaba á dorm itar, y nada es tan