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D. AGUSTIN JÁUREGUI.
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, deferencia que convenia guardarle, no dejaban de
· ser u,n embarazo para el Virey, de suyo poco _ dis–
puesto á ejercer la plenitud de su autoridad. Por más
que deseára activar la a ministracion de justicia,
se detenia á menudo ante los respetos que se mere–
cía la Audiencia y ante la dificultad de encontrar
en las provincias magistrados
intachables~
pues, de
ordinario, los. corregidores estaban impedidos por
~er
partes interesadas en los litigios. Aun sin este
obstáculo, casi contante, la accion del poder pú–
blico llegaba tan debilitada áun
á
lugares no muy
lejanos, que en Huamalies apénas pudieron a egu–
rar--e
á
uno de los más influyentes propietarios sus
derechos, desconocidos por poderosos mineros, que
á
falta de razones apelaban
á
tumult~s.
La policía se
ejercía con más desembarazo en Lima
y
en sus cer–
canías , persiguiendo á los negros alzados y
á
otros
salteadores, reprimiendo los desórdenes .ordinarios
en la peleas de gallos y adoptando algunas provi–
dencias contra el pernicioso juego,
á
que se entre–
gaban todas las clases con menoscabo de fortunas
y
honras.
Las relaciones-con el clero fueron, en generaJ,
fáciles. Los obispos allanaron los arreglos eclesiás–
ticos, visitando, casi todos, sus vastas diócesis ; los
curas
,
intimidados por la revolucion, incurrieron
en ménos excesos y fueron más considerados por la
·autoridad civil,
á
la que habían sostenido en las
.circunstancias más difíciles; pero las monjas,
á
las