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XVI -
do ele la Real Céditla que demarcaba sit Gobernación,
llegaba a la ciudad wnperial c@n ánimo de oci1rparla co–
mo siiya, asegurando que caía bajo sil 1nando.
Varios rnensajaros enviados por el Inca al campo de
Almagro, descitbrieron en
.
éste el deseo de tomar como
propia la ciudad, de grado, o por fiterza. ·No tentó Manco
la alianza con el español; sabía de sobra qite, siendo ven–
cedor, aliado d.e Alm;agro, nada adelantaba la sicrnisión
a.e
los blancos
:
a pervas si habríam cambiaclo de enemi–
go. No quiso tq,mpoco acepta,r la amistad del Adelanta–
clo, qite le ofrecía la tranqi1rila posesión de tierras
y
rea–
les p1vivilegios. El noble indio prefirió sumirse en
fo
pro–
fundidad de las montañas
y
defender sits inexpugrvables
posiciones, al amparo de la propia natwraleza.
El hermoso Citsco se borró de sus pupila-s, se desva–
neció el memo de su imperial grand.eza,
y
dejó el teaúo
donde había probado
sii
heroísmo~
como ha manzGJna de
discordia de los dos blancos engreídos
y
orgilllosos.
. . .
La crónica escrita por el anónimo, no limita el 1·ela–
to al cerco del Citsco; lo continúa, dando citenta de los
inclidentes qite se. sigitieron a
la
llegada cl·e Aliniagro a
la cii1rdad. Tra,tando a cada instante de paliar la conditc–
ta de Hernando, de qitien Jiace itn ejemplo de pruden–
cia, narra con detalles
y
citenta
fos
esfue1·zos qwr:1 en esa
hora
y
eqi
ese trance, hizo el orgilllo o Piza/'ro para evi–
tar el choqiie con el Adelantado. A la pretensión de
Al~
mag1·0 de ocupa1· l Cn co como si¿yo, siendo así' qi¿e es–
taba bajo la atlt01·idad del Gobernador Pizarra, optlrSO
Henianclo una élilatoria razonable,
la
exhibición de las