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XVIII -
es cierto qi¿e,
e?&
algunas circunstancias, exagera en de–
masía
il
arrojo de si¿s cornpafíeros de ,arrnas, y busca ha–
cerlo pat,ente en la desproporción de las tropas de in–
dios
y
españoles. Los ataques al Ci¿sco, segiwarnente no
fiieron realizados sino por alg1mos cuantos rnillares de
inclios,
y,
d,e éstos, pocos vete.ranos del ejército imperval,
ya diezmado en la pavorosa gib.ltrra civil entre Hi¿áscar
y
Atahuallpa, wya diuración fi¿é de más de cuatro años,
(1529-1533).
El anónvrno asegiira qwe pasaron más de
trescientos mil los indios ffritiadoi·es,
y
fi¿é contra si¿s re–
peticlos asaltos qi¿e triiinfó el arrojo
y
las sabias dispo–
siciones de los espa1ioles, a qiiienas dirigió y alentó su
jefe, el inteligente Hernando Pizarra. El anónitrno real–
za el rnérito de éste, y lo hace hér(Je de las memorables
jornaclas. Tan insistentemente alaba lcis accion&s d.e Pi–
zarra, elogia el acendrado celo qiie en todo instante piiso éste
en sostener la cattsa dJel Rey
y
el iniperio1 de la jiisticia, stt
prudencia y sagaz conducta con Almiagro, que, a ratos,
la, relación parece el panegírico de Hernando, escrito
bajo pretexto del levantamiento de los indios.
Otro mérito tiene para el luistoriadm· e.sta f1tente. do–
cmnentaria: la constatación de las fimciones del VíUac–
Umii, o jefe ele los Sacerdotes, en el Imperio Incaico.
A través de los cronistas clásicos, Cieza, Be.tanzos,
Pachawti y Sarmiento, conocíanse las fiincio1oes del Ví–
llac-Umii, dentro de las exigenciais del rito
y
el ceremo–
nial religioso de los mitig1ios pe1·uanos,
y,
anejos a esta
.
categoría, sus privüegios; pero no sabíamos del . altísi–
mo derecho qiie le daba la ley para. inte?·venir en la giie–
rra como general en jefe y director de las campañas. Sii
jerarqitía reUgios·a, no lo icapacitaba, sino antes, por e.Z