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HISTORIA

fuerza moral, inflamase su ambicion, elevase sus ideas,

y

les pintase la

resistencia como un deber

y

la dominacion como una nece

id~d

: tales

fueron los efectos de la reforma religiosa.

Proclamada esta en Inglaterra por un dé pota, empezó siendo tirá-

' nica;

y

no bien hubo aparecido , cuando per iguió como enemigos

á sus mismos partidario . Enrique VIII levantó con una mano cadalsos

para los católicos,

y

con la otra hogueras para lo prote lanle que se •

negaban á someter e al sfmbolo,

y

no aprobaban el gobierno que de él

recibía la nueva Iglesia.

Hubo, pues, ·desde el principio dos reformas, la del prlncipe

y

la del

pueblo: incierta una, servil, apegada ma bien á intere es lemporale

que á creencias, temerosa del movimiento á que debia su origen,

y

pug–

nando por imitar en muchos puntos al atolicismo ; espontánea la segun–

da, ardiente, despreciadora de humanos miramiento ,

y

aceptando las

consecuencia de us principio : verdadera revolucion moral emprendida

en nombre

1

con el ardor de la fé.

Unidas ambas reformas por los padecimientos durante el reinado de

Maria,

y

por las alegria comunes en el de J abel, no debían tardar en

dividir e

y

combatir abiertamente. Ahora bien, u ituacion era tal, que

comprometían en su lucha el órdcn polflico. La Jgle ia anglicana, sepa–

rándose del jefe independiente de la Iglesia universal, habia perdido u

fuerza, sujetando sus derechos

y

su poder al del soberano del E tado.

Era de consiguiente e clava del despoti mo civil, teniendo que profe ar

la máxima de este para legitimar su origen,

y

sirviendo

á

lo inlere e

políticos para salvar los uyo propios. Por su parte lo no-confor–

mistas, al atacará sus contrario , e veían preci ados á hacer la guer–

ra al soberano temporal, reclamando los fuero del iudadano á

fin de completar la reforma de la Iglesia. El rey babia ucedido al

papa; el clero anglicano, heredero del católico, olo obraba en nombre

del rey ; por toda parte , en un dogma una ceremonia, una ora ion, en

la ereccion de un altar, en la figura de una obrepelliz taba omprome–

tido el poder real lo mi mo que elde lo obi po , el gobierno ni ma ni

meno que la di ciplina la fé.

Titub aron al pronto los no-conformistas en e ta peligro a necesidad

de una doble lucha contra el principe

y

la Jgle ia, de una reforma simul–

tánea de la religion

y

del

F,

tado. Era ilegitimo

á

sus ojos cuanto olia

á

papismo; pero la autoridad real, aun suponiéndola de pótica, no lo

era todavia. Enrique IIl babia empezado la reforma, é Isabel Ja salvó. ,.