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DE LA nEVOL CION DE 1 GLATEnnA.

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eul'Opeo. Desde el advenimiento de la ca a de Tudor al Lrono (1), había

·e ado d lener por enemigos

á

lo orgulloso barones, que, demasiado

d bile para luchar inuividualmenle con u rey, se habían coaligado en

olro liempo, ya. Iara mantener su privilegio , ya para tomar á viva

fuerza parle en el ejercicio de la soberanía. iulilada·, empobrecida,

abatida por su esceso , sobre todo en la g·uerrn de la do Ro as, aque–

lla aristoomcia, tanto tiempo indomable, cedió ca i sin resistencia, primero

á

la altiva tira.nía de Enrique VITI, y en seguida al hábil gobierno de

1abe!. Enrique, convertido en gefe de la ig·le ia, po eedor de bienes in–

mensos, y di tribu éndolo pródigamente ntre las familias

á

quienes

oncedia nueva grandeza ó que restituía

á

u antiguo brillo, empezó la

melamórfosi de los barones en artesanos; metamó1·fo i que

I

abe!

e n umó. íujer y rey, una córte brillante la acataba, h millándose anle

u auto1·idad, y la nobleza e pre ipitó' en po de ella anhelante, smesci–

lar por ello el desuontento público :

1

singular pre ligio el de poder ser-

ir

á

un monarca popular, Lu cando por medio de inLl'ig·as

y

entre rego–

•ijo el fa or de una reina que tenia la confianza del paf

1

La máxima ,

la fo1·ma , et lenguaje,

y

on frecuencia la pl'áctica mi ma de la monar–

quia pura, se perdonaban

á

un g·obierno útil

y

glorio o para la na ion ; el

afe to popular echaba un velo sobre la ra trera conducta de los cortesa–

no ;

y

junto

á

una mujer cu os peligros tenian que ser funestos al E tado,

el mas ilimitado rendimiento era una ley para el noble un deber para

l prolestanle el ciudadano.

Los E Luardo debían ir ma lejo en la enda que bahía emprendido

la monarqula inglesa de de el reinado de Tos Tudor. Jacobo

J,

e cocé

de cendiente de los Gui a , por los recuerdos desu familia las ostum–

bre de su pal eJ'a adicto

á

la Francia

y

estaba acostumbrado

á

buscar

u aliado

modelos en el continente donde un príncipe ingie no

veia d ordinario mas que enemigos. Por eso se mostró de de luego

imbuido roa profundamente que

I

abel y Enrique en las máximas que

cimentaban entonces en Europa la monarquía pura, profesándolas con el

orgullo de un teólog·o la complacencia de un re , prole tando á ada

in tanl ontra la timidez de su acto

lo limite de u poder. Preci-

. do alguna veo s

á

defender on argumento ma directo

y

encillos

las medida de su gobierno , la pri ione arbitraria ó lo tributo ilfci–

to , alegaba el jemplo del re de Fran ia ó de E paña : «El r d

Jn-

(1)

En

14 5.

2