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DE LA nEVOLUCION DE INGLATEIUlA.

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y

esceso<>. E tos ú!Limos eran casi los únicos que componían el partido

realista de la cámara baja. Asucabeza se hallaban lord Falkland, Hy–

de,

y

sir John Colepepper : Cárlos resolvió captar e u sufragio . Ante

de su viaje á E cocia había ya tenido secreta entreví tas con H de, qu

babia merecido su confianza por la sabidurfa re petuosa de us consejos,

por su avehon

á

la innovaciones, y

~obre

todo por su adhesion

á

la igle–

sia. No le gustaba tanto lord Falkland, conocido por su desprecio

á

la

córte,

y

poco apego al re ,

y

que solo por defender la ju Licia el po–

der amenazado se manifestaba algo di puesto á tomar su defensa on

aquellos momentos : Cárlos le temia, pareciéndole insoportable su pre-

encia.

Era sin embargo preciso resol erse,

y

Hyde, su mas Intimo amig·o,

se encargó de la negociacion. Falkland se negó por Je pronto ; u e.-

crupulosa virtud le alejaba de los fautores de la revolucion, pero

su

prin-

ipios, u deseos y el ardor de su imaginacion le traian in cesár

á

la

memoria

á

lo amigos de la libertad. Alegó su antipatía por la Lirte

su torpeza como cortesano, · su resolucion de no valerse jamá d la

falsedad, de la corrupcion ni de delatores :

«

medios útile , nece ario

tal ez, decia, pero conque nunca me mancharé.» Por mas que Cár–

los se admiraba

y

le era molesto el tener que solicitar

á

un súbdito, in–

sistió sin embargo. Hyde exagero el menoscabo que sufriría la majestad

con tal negati'a,

y

al cabo el lord se dió por vencido, pero de alen–

tado de antemano

y

como una víctima sin voluntad ni e peranza. Fue

nombrado secretario de Estado. Colepepper mucho menos inOu ente

pero conocido por su

osadí~.

y

por los recursos de su espíritu en la

discusiones pasó á canciller de Hacienda. olo rehusó contra la voluntad

del rey todo empleo, no por temor sino por prudencia, juzgando que le

serviría mejor guardando la independencia esterior de su situacion.

Lo

tres amigos tomaron

á

su cargo el·gobernar en la cámara los negocios

del rey,

y

este prometió no hacer nada sin su consejo.

Al propio tiempo otros servidores menos útiles

y

mas ardorosos,

acudían á él de todos los puntos del reino para defender, decian, su

honor

y

&u vida amenazados por el parlamento. A pesar de la decaden–

cia del régimen feudal, todavía animaban

á

muchos gentil-hombre los

sentimientos que habían heredado dé sus padres. Ociosos en sus ca tillo ,

poco acostumbrados á re.flexionar

y

á

discutir, despreciaban á eso ciu–

dadanos parlanchines, cuya rígíaa creencia proscribía el vino, la di–

versiones lo placere de la antigua Inglate1Ta,

y

que pretendían do-