VI
Prólogo.
de 1a veracidad de quienes, por vocacion ó por oficio,
debian consignarlos religiosamente en libros destinados
á
guardar, como depósito sagrado, la vida
y.elalma en–
teras de los pueblos, sus · vicios y virtudes, sus ale–
grías
y
dolores, sus
re~lidades
y sus sueños, sus es–
plendores y miserias; y que, con el trascurso de los tiem–
pos, tal vez, de puro humanos, llegan. á ·ser divinos.
Las reflexiones y sentencias que pocas veces suspenden
el discurso, inspiradas en los principios de una moral
estrecha, supersticiosa, pero en
el
fondo sana; y la noble
franqueza con que sin ambajes ni disimulos se censu–
ran las faltas y se condenan los delitos
(h~róicós
para
mí) que cometimos en el calor
d~
aquella obra gigan–
tesca, aumentaban mi fe en !os autores de esos testimo–
nios de nuestra arrtigua gloria.
Hoy siento de otro modo de los que as(escribian:
los hechos me
persua~en
á
que algunos de ellos no
pr?cedieron con la honradez escrupulosa, que parece
· haber sido en todas épocas norte y divisa de los histo–
riadores castellanos.
"La
Historia det'Perú,
de Agustin de Zárate, dice
Prescott,. ocupa un lugar permanente entre las más
respetables autoridades para la historia de aquellos
tiempos; ''
(a)
y
el
erudito don Enrique de Vedia: "'no
(a)
LA CONQU ISTA
DEL
PERÚ,
Adici<?n al libro últ imo . '