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LA INQUISICION DE LIMA

Francisco Martel, natural de Trujillo, que echaba tres

veces las habas, mezcladas con pedazos de cristal, cuentas

azules i un poco de plat.a

i

oro,

i

diciendo primero ciertas

palabras en secreto, adivinaba algunas cosas; i la ¡;;uerte

del chapín, que clavado en unas tijeraH, hacia moverse

ejecutando ademanes con el rostro.

María Martinez, mulata esclava, portuguesa, testificada

por

u~a

viuda de veinte i tres años de que se babia ena–

morado de ella, i que un dia estando juntas, babia cojido

la reo una canastilla de sauce, i con unas tijeras habia he–

cho cruces sobre el hueco de ella, i llamaba a Satanas

i

Barrabas, diciendo,

u

Satan, ven a mi llamarlo," i contaba

cosas secretas i ocultas, dando a entender que el diablo se

las inspiraba, -a quien decia que era su vida

i

sus ojos,

i

que decia que traia un diablo fan1iliar en la mano donde

se sangran del hígado,

i

que hacia siete años que no cono–

cía hombre, porque en dicho tiempo trataba con el diablo,

al cual guardaba lealtad por no enojarlo. Declarada

sospe~

chosa de súcuba con el demonio, ademas de las penas de

estilo, se le aplicaron doscientos azotes.

María de Briviescas, oriunda de Panamá, n1ui afecta a

la suerte de las habas i a la piedra iman conjurada.

Alonso de Garnica, que afirn1aba que aunque Dios dije–

se que él era chismoso, mentia.

Diego Cristóbal Bernaldez, mestizo, que examinaba las

rayas de las manos, "Y que a las mujeres para mirallas

otras señales ocultas

y

adivinar por ellas, las hacia desn u–

dar en cueros a algunas

y

a otras las miraba las rayas de

los piés." Salió con coroza i soga a la garganta i recibió

cien azotes.

Gonzalo Lopez Cordero, portugues, que sostenía que el

diablo podía mas que Dios, porque étite le daba dinero

i

aquél se lo quitaba, i que no había n1añ.ana en que no ofre–

ciese al den1onio a su padre. Habiendo abonado su

perso~

na, salió por libre.

Doña Ines de Ubitarte, monja profesa en uno de los

conventos de Lima, fué denuneiada por un su hermano frai–

le de Santo Domingo, de que guardaba tres cuadernos en

que se contenían noventa

i

ocho revelaciones suyas, de cuya

_calificacion resultó que eran de poca importancia i que a

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