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INQUISICIÓN DE CHILE

res, que lo eran entonces Ántonio Gutiérrez de

Ulloa y Juan Ruíz de Prado, que todos los vecinos

y moradores de la ciudad que no tuviesen impe–

dimento acudiesen á las casas de la Inquisición

para acompañar el estandarte de la fé, prévios los

convites de estilo á la Audiencia y Cabildos, que en

esta ocasión, de orden del Virey, debían irse en de–

recubra al Tribunal. El día señalado, á las cinco de

la mañana, llegó aquél en su carroza, acompañado

de don Beltrán de Castro, su cuñado, seguido por

la guardia de á pié de su persona y algunos cria–

dos. Oyó misa en la capilla, y una vez concluída,

pasó á las habitaciones de los Inquisidores, donde

se estuvo hasta que se avisó que era ya hora ele sa–

lir. Lleváronle en medio los Inquisidores, en com–

pañía del Arzobispo, que había sido invitado para

la degradación de un religioso, escoltados por la

compañía de lanzas, caminando delante los oido–

res de dos en dos, luego los Cabildos y la Universi–

dad , precedidos por la compañía de arcabuceros de

á caballo. Los penitentes, en número de cuarenta

y uno, marchaban acompañados de los familiares

y miembros de todas las órdenes religiosas . Res–

guardaban los costados de la procesión soldados

de á pié, para hacer los honores al estandarte de

la fé, cuyas borlas llevaba don Beltrán de Castro,

solo, á la mano derecha, porque no quiso dar lado

á ningún

caball~ro,

ni tomar la izquierda. En esta

forma se llegó á los tablados, que estaban hechos

arrimados á las casas del Cabildo y adornados con

la suntuosidad de costumbre, donde el Virey y Ar–

zobispo tomaron asiento en cogines, dejando. sin

ellos á los Inquisidores, con grandísimo disgusto