EN EL RÍO DE LA PLATA
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ros salidos de todas las colonias españolas entonces
pobladas en América llegaron en tropel al antiguo
imperio de los Inéas, y cuando ya éste no bastó á
saciar su codicia, poseídos siempre de la sed del
oro y del espíritu de descubrir y conquistar m.fevas
y maravillosas tierras, lanzáronse eii bandadas á
los cuatro vientos.
Es fácil comprender que tales hombres, lejos de .
todo centro civilizado, sin respeto á la familia ni á
las autoridades
y
sin otro norte que una ambición
desenfrenada
y
una inextinguible codicia, si reali–
zaron hazañas inauditas por su aud_acia
y
su gran–
dezQ., estaban muy distantes de ser modelos de re–
ligiosidad y de moral. En algunos casos llegaron á
parecer más bien fieras que hombres. Según la ex–
presiva frase de un éontemporáneo, «pelar y Clesca–
fionar la tierra)) era el sólo lema que guiaba los pa–
sos de los que llegaban á las playas americanas, ya'
fuesen jóvenes ó viejos, militares
ó
letrados} clérigos
ó frailes.
·En el orden civil disensiones contii1uas entre los
caudillos más prepotentes, nacidas desde los pri–
meros momentos de la conquista, habtan hecho
per~
cler gran parte de
su
prestigio á la real justicia; y
en lo espiritual, obispos que cuidaban únicamente
de atesorar dinero, relig·iosos inquietos, apóstatas
é
insufribles, clérigos hinchados de lujuria y de ava–
ricia, no et'an, por cierto, ministros adecUados para
mantener en la debida puréza l9s preceptos que es–
taban encargados de predicar y enseñar con su
ejemplo. Como decía al soberano el virrey Toledo,
dándole cuenta de este estado de cosas, era necesa–
rio distribuir la justicia con hisopo·, como el agua
bendita.
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