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LA INQUISICIÓN
persona. Presentes estaban Antonio de Espinosa,
que dió en el tablado muestras de arrepentimiento, las
que se dijo no haber sido verdaderas; Diego López de
Fonseca, «que iba tan desmayado que fué
ne~esario
· llevarlo en brazos, y al ponerlo en la Jgrada á oír su
sentencia, le hubieron de tener hasta la cabeza;» Juan
Hodríguez de Silva, que por algun tiempo se fingió
loco, diciendo y haciendo cosas de risa en las au–
diencias que con él se tuvieron, «echando de ver
ser todo ficción y maldad;>> Juan de Acevedo que
en el curso de su causa no dejó de nombrar parte
alguna de España, Portugal é Indias donde no se–
flalase personas sindicadas de judaizantes; Luis ele
Silva, que pidió alli perdón de los testimonios falsoR
que había levantado; Rodrigo Váez Pereira, que
estando ya en el quemadero, solicitó que le aflojasen
el cordel para perorar á sus compañeros; Tomé
Cuaresma que, pidiendo á voces misericordia en el
tablado y habiendo bajado
á
ellas de su dosel el
inquisi9.orCastro y del Castillo, luego se arrepintió.
Ahi e,staban Manuel Bautista Pérez, tenido por el
oráculo ele la nación hebrea y á quien llamaban «el
capitán grande,» que oyó su sentencia con mucha
serénidad y majestad, rogando al verdugo, al tiempo
de morir, que hiciese su oficio; su cuñado Sebas–
tián Duarte que, yendo á la gradilla á oir su sen–
tencia, al pasar muy cerca de aquél, enternecidos se
besaron al modo judaico, sin que sus padrinos lo
pudiesen estorbar; y por fin, Diego .Maldonado de
Silva, flaco, encanecido, con la barba y cabellos lar–
gos, con los libros que había escrito atados al cuello,
que en ese momento iba á dar la ultima prueba de su
locura, cuando, concluida la relación de las causas,
y
habiendo roto el viento el telón del tablado frente