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192

LA INQUISICIÓN

por el judaísmo, que resultaran inconve,1ientes en

las cárceles, considerables.>>

Referíanse en este párrafo los Inquisidores al ne–

gocio que hemos dicho ya se llamó «la complici–

dad grande,>) que, junto con dar testimonio del la–

trocinio más audaz verificado por el Tribunal del

Santo Oficio en estas partes, iba también á motivar

el auto de fé más sangriento y repugnante de cuan–

tos registran los anales de la Inquisición hispano–

americana

y

en el cual toearía desempeiíar impor–

tante papel á muchos portugueses, y, entre ellos,

á Maldonado de Silva.

Omitimos hablar aquí de los cruelísimos tormentos

-en que hubo de morir la infeliz doña Mencia de

Luna,-que hicieron sufrir á la mayor parte de los

acusados esos Inquisidores, ávidos del dinero de sus

víctimas, para arrancarles sus confesiones, ó, mejor

dicho, para obligarlos

á

levantarse falso testimonio,

y

los actos de desesperación á que aquellos desgra–

ciados se entregaron. La relación de su estada en

las cárceles del Santo Oficio formaría un capítulo

digno del genio sombrío del Dante.

Pero apartemos por un momento la vista de tan

repugnante escenario y continuemos con la causa de

Maldonado de Silva.

«En audiencia de

12

de Noviembre de

638,

prosi–

guen los Inquisidores, habiéndolo pedido el reo en

muchas audiencias, se llamaron los calificadores

y

se tuvo con él la trece disputa, por tres Padres de la

Compaflía ele Jesús, muy doctos, que duró tres horas

y

media,

y

se quedó más pertinaz que antes, porque,

al levantarse del banquillo, sacó de la faltriquera dos

libros escritos de su mano, en cuartilla,

y

las hojas

de muchos remiendos de papelillos que juntaba, sin