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LA INQUISICIÓN
iransporle de su archi
YO
y
á que aq uella desgracia–
da población se organice y respire un aire más puro
que en el día., pues la mortandad qu e ha causado en
los últimos momen tos de su rendición la insufrible
necesidad del alirYJ ento, tiene impregnada la atmós–
fera de los mú:1srnas más pútridos)) .
r
Por estos mo ti vos el Tribunal vino á quedar_
de nu evo in s taladq en Cartagena á rned iados de
mayo del aiío siguiente, aunque por la causa de pu–
rificación seguida
ú
los secretarios que no habían
acompaüado al Tt·ibunal, puede decirse que solo
pudo fun cionar con regularid ad desde que aquellos
fueroi1 repuestos en sus destinos el
21
de enerq de
1817.
2
En septiembre del aií o anterior, Oderiz,
que~
sus
títulos do inqu isidor decano
y
vicario general del
ejército del Rey, aüadja el de proYisor y gobe rnador
del obispado en sede Ya.cante, hizo imprimir y cir–
cular en eso úlLimo
caric1.erun ed icto desti nado
á
combalir pri ncipalrnente el hecho de «advertirse en
días de f1esta por caUes y plazas la escandalosa y
sacrílega irreligiosidad de ocuparse con descaro
mucha parte del pueblo en obras puramente servi–
les y entretenimientos agenos de la honestidad, mo–
deración
y
compostura que inspira, no sólo la san–
tidad del día, sinó la sana moral y una ed ucación
cristiana.
))3
Por más extraiío que parezca, visto el tris te esta–
do
á
que las cosas del San to Ofic io habían caído en
r.
Carta de Castro, 23 de diciembre de
r8r5.
2.
Carta de Castro,
14
de abril de
1817.
3. Edicto impreso de 23 de septielnbre de
18 16.