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LA I-:\QUISICIÓ::-l"
del Santo Oficio;
y
que, en cuanto al proponente, te–
nía poco concep to de él
<<y
no era de las gen tes visi–
bl es de la cinclad.
»
El Consejo abundó en la co nveniencia de la idea,
pem manifestó , á la vez, qu e el «establecimiento de
un nuevo tribunal pedía tiempos trancruilos, sere–
nidad
y
unid ad do ideas
roelas
y sana : pide, ade–
más, imperiosamente abundancia ele fondos,
y
ahora
escasean
á
un punto que no s ufragan á s ns antiguas
obligaciones .))
Como se ve, parece que en Espaüa no se daba n
cuenta del estado
á
que alcanzaba en América el
progreso ele las icleas en materia de religión .
A
la voz qu e el Consejo se lisongeaba con qne habría
s ido posible establecer aquel Tribunal, procedían
por
e~
os mismos días
á
integrar
el
ele Cartage na.
A Onos del a üo 1818 llegó nombrado de Espaiía
el fiscal don José A11tonio do Aguii'rozabal, co n cuya
presencia vino á quedar comp leto el Trib11nal; poro
este l:rrillo del Santo Ofi cio fné muy pasagero, pues
Ocl eriz que h ab ía so li citado s u translación á la Pe–
n ínsula, partió para Logrolio en fol>rcro do 1819,
á
tiempo que la situación pecuniaria se hacia ya in–
tol erable para los Inqu i:Sidores: sin tener co n qué
acud ir al reparo del edificio en qno funcionaban,
que estaba amonaza.ndo ruina; con sus salarios en
gran parte ÍllSOlutos; s in poder traer
á
bs
cárceles
un solo r eo;por carecer de recursos con que alimen–
tarlos; «viéndose los empleados sin teno r qué comer
ni
donde h all ar una mano c;1 ri tativa .quo la extienda
á
so–
correrlos;1 Yivionclo de las esperanzas qu e los daba
el
1,
Carta de
2S
de
s~ptiembre
de
I8Ig.