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Si consiguieron o nó su objeto los grandes genios
del cristianismo, manifiesto está en sus obras. ¿No han
admitido y comprobado hasta con el auxilio de la re–
velación divina tanto San Agustín con1o Santo Tomás
los eternos principios de la filosofía humana, que á su
vez son principios de la razón y del pensamiento uni–
versales?
¿Opúsose, acaso, la Iglesia á los inventos
científicos ni
á
la corriente de civilización y de cultura
clásica que en la época del Renacimiento nos trajeron
los griegos arrojados de Constantinopla? Ella fué la
que patrocinó la imprenta, el invento de más trascen–
dencia tal vez que ha presenciado el espíritu humano;
ella acogió en su seno y favoreció cariñosamente á los
artistas desterrados y prófugos de su patria,y á los que
en la misma Italia por falta de protección jamás hu–
bieran producido esas obras inmortales asombro eter–
no del pensamiento humano.
El gran siglo del Renacüniento de las letras lleva
como timbre de honor
y
de gloria perdurables el nom–
bre del Papa León X. Aunque para muchos espíritus
parezca una afirmación demasiado atrevida, puedo de–
cir, sin temor alguno á ser desmentido, que jamás la
Iglesia se ha opuesto á los verdaderos progresos de la
razón humana en el múltiple
y
variado campo de la
ciencia
y
del arte.
Ninguna institución humana ha favorecido tanto
como ella el desarrollo del espíritu
y
el progreso de la
verdadera ciencia. Como que há sido, es y será la ma–
dre de la civilización.
¿Quién, como ella, depuró, estudió
y
conservó la
ciencia y el arte antiguos de griegos y romanos? ¿Quién
sino ella civilizó los bárbaros, fundó las florecientes
Universidades
y
escuelas medioevales, patrocinó
y
am–
paró las letras clásicas y favoreció grandísimamente el
descubrimiento de nuevas islas y continentes?
Cierto que sufrió un rudo golpe con el engendro
del Protestantismo, pero no tan rudo que la hiriera de
muerte; como que desde los tiempos de su divino Fun-