POR
MANUE~
M. SALAZAR.
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reunido
en Cartago,
al
que fueron admiti–
doR algunos
obispos Donatistas,
eonrlenó
el error
y
restableció
Ja unidad de la Igle–
sia;
y
aunque algunos obstináodos se nega–
ron
á
someterse, fueron
pei·seguidos
por el
poder civil des apareeiendo
á
fines del
período los
último~
vestigios de este cisma.
Cisma. ·Griego.-Ocupaba Sa.n
Ignacio,
á
mediados del
siglo noveno (
858),
la
silla
patriarcal de Co.nstautinopla, cuando Fócio,
el
hombr0
más erudito de su. tiempo, domi–
nado
por nna grande ambición, fué el pro–
motor de este cisma que trajo por conse-
, cuencia
la
se paración (le
la
lg}esia Griega
de
la Roman .
:rr
egiclo p@r Ba¡rdas, f'a-
voríto del em
· ,
<:>
Mii nel
Il.E,
á
qujen
San Ignacio h . / excomulgad0 ·'f)or sus
desórdenes.
·"
elegiF
por suce.sor
del
Santo ]?atriarca q ne separad'o de su Iglesia
fué
per&ieglüdo
y
desterrado. Fócio des–
plegó entónces toda su habilidad
y
astu–
cia. para hacerle renun.oiar la silla,
y
no
habiéndolo conseguido, se hizo conferir
toda¡;; las órdenes
sagTaclas
en seis dias por
un obispo cismático
y
se ·apode1:6 del Pa–
t11iarcad.o. Escribió en seguida al Papa
Nicolás I una carta
hipó~rita,
asegurándo–
le que San Ignacio se había retirado
á
un
monasteriG, en el
que
queda
terminar sus
día~,
y q ne él se había prestad0
á
a<hnitir
el Patriarcado solo
por
el bien de la igle–
sia. De este modo pensó sorprender al
Pontífice
y
obtener su
aprobación.
F,ero