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POR

MANUE~

M. SALAZAR.

77

reunido

en Cartago,

al

que fueron admiti–

doR algunos

obispos Donatistas,

eonrlenó

el error

y

restableció

Ja unidad de la Igle–

sia;

y

aunque algunos obstináodos se nega–

ron

á

someterse, fueron

pei·seguidos

por el

poder civil des apareeiendo

á

fines del

período los

último~

vestigios de este cisma.

Cisma. ·Griego.-Ocupaba Sa.n

Ignacio,

á

mediados del

siglo noveno (

858),

la

silla

patriarcal de Co.nstautinopla, cuando Fócio,

el

hombr0

más erudito de su. tiempo, domi–

nado

por nna grande ambición, fué el pro–

motor de este cisma que trajo por conse-

, cuencia

la

se paración (le

la

lg}esia Griega

de

la Roman .

:rr

egiclo p@r Ba¡rdas, f'a-

voríto del em

· ,

<:>

Mii nel

Il.E,

á

qujen

San Ignacio h . / excomulgad0 ·'f)or sus

desórdenes.

·"

elegiF

por suce.sor

del

Santo ]?atriarca q ne separad'o de su Iglesia

fué

per&ieglüdo

y

desterrado. Fócio des–

plegó entónces toda su habilidad

y

astu–

cia. para hacerle renun.oiar la silla,

y

no

habiéndolo conseguido, se hizo conferir

toda¡;; las órdenes

sagTaclas

en seis dias por

un obispo cismático

y

se ·apode1:6 del Pa–

t11iarcad.o. Escribió en seguida al Papa

Nicolás I una carta

hipó~rita,

asegurándo–

le que San Ignacio se había retirado

á

un

monasteriG, en el

que

queda

terminar sus

día~,

y q ne él se había prestad0

á

a<hnitir

el Patriarcado solo

por

el bien de la igle–

sia. De este modo pensó sorprender al

Pontífice

y

obtener su

aprobación.

F,ero