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eseaba copiar , por el exemplo que le da· Siglo
han. Y por esto han atribuido c"on funda- XVJ.
mento juiciosos observadores los desórdenes
de Enrique
III.
y
de sus favoritos .á jas lec-
c iones que habia recibido
de
su madre,
y
de
las qua les, por desgracia suya·
y
de la na-
eion , no
se
acordó sino
muy
tarde,
y
quart•
do fué
d ucño de
entregarse
á
sus
pasiones.
La Caballería que poseia
sus
virtudes
propias
y
características , tenia tambien sus vi–
cios. La ley del-honor , que era· el orígen de
las unas, lo fué al mismo tiempo
de
las otras.
U
na sensibi lidad extremada
sobre
las afren·
tas
verdadera5
6
imaginarias , fué ' su pri·
mera
máx1~a;
'y
la precision
·de
'tomar ven•
ganza de ellas para evitar
1~
infamia
y
el
desprecio , fué la segunda. Ambas perpetuá- .
ron los duelos ,
y
los trasmitiéron
á
los siglos
venideros ; de suerte que largo tiempo des–
pue de los Últimos Caballeros que sobrevivié–
r on
á
Francisco I. se hallaba aun en este
p articular
el
esp1ritu de la Caballería en
to·
d o su vigor : fué necesaria toda
la severi-
Jd de las leyes ,
y
toda la vigilancia de los
oberanos, no para destruirla; pues que ha
sub
ist.dohasta nue strps dias, sino para mo–
erar los efectos. Los torneos , estos
juegos
rillante5
y
pe ligrosos que fuéron tan largo
t iempo la di vcrsion de las Cortes ,
y
el exer-
cicio favorito de la nobleza, dcbia
cambien
su