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..

·

e~N~aAL.

I~t

~ o ·

que·

deben

á

su

estado ,

sus

obliga–

~:iones

,

al pr6'ximo

y á

sí )mismo. Lo <;ier–

~to

es

que en los siglos felices de la· Iglesia,

'en aquellos tiempos

dichosos,

que fuéron

tos

tiempos

de la

fortaleza

y

de ]a luz , los

:sant9s

que mas honor hiciéron al Christia–

lni~mo,

y

los solitarios

mas perfectqs no

co–

nocían

ni las reglas ni el lenguage de

la

mís–

tic3

moderna. Cantaban

ó

recitaban Salmos:

meditaban

las Santas

Escrituras

y

particu–

larmente

el

Evangelio : llenábanse de las rná–

xímas saludables

y

de

las lecciones divinas

_que

h11Iaban

en

ellas

para el

uso

y

arreglo de

su

conducta , para domar sus pasiones,

pa–

ra afirmarse en la práctica de las virtudes

christianas, para santificar

su

espíritu con la

verdad, su

corazon con

la caridad ,

y

sus

sentidos

con ]a mortificacion : se detenían en

los

pasages que

les hacian mas vi vas

y

tnas

profundas

in1presiones :

pasaban

~espues

á

()tras

reflexíones sin

cansarse

en

penetrar

sus

clircur~os

,

ni apurarse en

hacer la ana1isis.

de sus efectos. De este modo la

oracion

de

estas

almas

tan

puras

y

tan desprendidas

de

la

tierra, no

se

dif<-re.ncia ba

de

]a

de

los.

demas ·

Christianos metidos en los diftrentes

tstados de la sociedad,

sino en tener

mas· per–

severancia

y

ferv0r.

Es,

pues,

una razon

muy

grande

contra

la nueva

mística

el haber

si· ·

do

deiconocida de la mas sana

y

respetable an-

K4

ti-

Siglo

XVII.

/