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sn midma naturaleza son tan excesframente superio–
res
á
la inteligencia creada, que aun despues de reci–
bida sn revelacion•
y
admitida su
fé,
permanecen con
todo envueltos con el velo de la misma
fé
y
como ro–
deados de cierta oscuridad, mientras peregrinando há–
cia el Señor los contemplamos desde esta vida mortal:
pue• marcha1MB por la f é, y no por la clara 'Vision
de loa objetos
(1).
Sin embargo, aunque la
fé
sea sobre la razon, de
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revela loa misterios é infunde la
fé,
es el que dotó ni
entendimiento humano de la luz de la razon:
y
Dios
no puede negarse
á
sí mismo, ni jamas la verdad con–
tradecir lo verdadero. Esta especie de snxuesta con-
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mente de la Iglesia, ó porque se han tenido por racio–
cinios
ó
dictámenes de la razon los sofismas de las opi–
niones.
Y
por tanto establecemos y
sostencmoP, <JUC
toda asercion contraria
á
la verdad de la
fé
iluminada
es absolutamente falsa
(2).
La Iglesia, que juntamen–
te con el cargo apostólico de ensenar, recibió tambicn
el precepto de
~uard3r
el depósito de la
fé,
tiene por
instítncion divma el derecho
y
el oficio de condenar la
ciencia de falso nombre para que nadie sea engallado
por la filosofía
y
vanos sofismas
(3).
En esta virtud to–
dos los fieles cristianos no solo deben tener por prohi–
bido defender semejantes opiniones,
cual
sí fuesen le–
gítimas conclusiones de la dencia,
y
mucho mas si
lucren condenadas por la Iglesia, sino que absoluta-
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se pre-
Entiendan adc1'las, que no solo
In
fó
y
la razon no
se hallan jamás en rifía, sino que por el contrario am–
bas se prestan mútuos auxilios, pues la recta razon
demuestra los fundamentos de la
fe,
é
ilustrada por su
(1) U
Cor.
V. 7.
(2)
Conc.
Lat. V. Bulla
Apostolici regimini1.
(3)
Coloss. JI.8.