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J
de los apóstoles negó
á
su maestro por miedo ; y es- ·
ta prevaricacion gravísima de su parte no dejó vana
la promesa de Jesucristo, pues en virtud de ella se
levantó de su caída, se convirtió y perseveró constan–
temente en la fé. De la misma ma,nera, la súplica de
Jesucristo, aplicada á los sucesores de snn Pedro y
á
la iglesia de Roma, no impide que el papa, 6 la se–
de apostólica, puedan dar á veces una
d~cision
erró–
nea; bien que en virtud· de dicha iiÚplica no pueda
· aquella, mientras continue siendo sede del sucesor
de san Pedro, abandonar 'para siempre )a verdad, ni
~doptar
el error con obstinada perseverancia. Puede
el papa prevaricar, sin que prevarique la sede apos-
. tólica, como sucedió con Liberio, cuya 'caida fué' de–
testada por el clero romano ; y á quien, cuando vol–
vió á Roma manchado con la comunion de los ar–
rianos, repelieron la mayor parte del mismo cleFo
y
de todo el pueblo de aquella ciudaa. San Damaso,
entónces ·sacerdote de la iglesia romana, y despues '
suce'Sor de :Liberio, se separó de su comunion para
adherirse
á
Félix, ·electo papa durante el destierro
de aquel pontífice. La persecucion violenta que su–
frió el clero en aquella;¡ circunstancias, es clara-prue–
ba del valor con que se opuso á la prevaricacion de
su gefe. Sabemos tlimbien que el monje Sofronio
apelaba
á
la fé de la iglesia romana al mismo tiem–
po que combatía el error del papa Honorio, fautor
del monotelismo por su lamentable decreto. Puede
suceder tambien que el clero de Roma se deje sor–
prender á veces del error,
y
esto se vió en efecto
cuando el papa Zozimo
á
la cabeza de este mismo
clero aprobó por sorpresa · el error de Celestio. Ya
he observado que los papas daban ordinariamente
sus decretales de acuerdo con el clero romano: véa–
se. el párrafo 4.
é
la primera parte. · Es así que
aquellos nunca opusieron dificultad en someter
á
nuevo exámen, cuando se consideraba necesario, las