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rarse el exámen de algunos consultores, y la resolu-

. cion q

ue en

negocios

á

veces dificilísimos se decide

por el

vo.to

de seis

ú

ocho regulares que deliberan á

prese

ncia d

e algunos cardenales; como pueden, di–

go, ser comparados este exámen y resolucion á la¡¡

luces, la dignidad y el esplendor de las antiguas

asambleas reunidas por los papas segun el uso cons–

tante de la iglesia romana.1 Concluyamos pues, que

las congregaciones, por mas numerosas y perfectas

que sean, nunca bastarán para este objeto, ni podrán

suplir la falta de aquellos concilios.

§.

XXI.

Ya que en estos últimos tiempos se ha mostrado

en diversos puntos,

y

como que empieza á reanimar–

se el amor de la antigua disciplina de la iglesia, per–

mita el cielo que con ella renazca tambien la forma

canónica de los juicios! Las súplicas, decía el céle–

bre abogado general Talon, las súplicas, lágrima!",

y

sufrimientos de t.antas almas fieles podrán obtener de

Dios el restablecimiento de los juicios á la forma que

tuvieron antes en Jerusalen, donde fueron podero–

sos instrumentos de su salvacion;

y

volverán á ser–

lo realmente cuando en ellos concurran la reunio_n

y

conformidad de consejos, sin los cuales solo Dios

puede pasarse, porque no los necesita. El ha dado

á

los obispos el carácter de jueces,

y

tambien á los

sa~

cerdotes, que son coepíscopos,

y

aunque con subor–

dinacion, depositarios, intérpretes

y

testigos de la

verdad: por eso el abuso de preferir á las luces de

de estes jueces divinamente instituidos el dictámen

secreto de un pequeño número de consejeros parti–

culares en la decision de todos los negocios, supone

ó

grande ignorancia ó poca estima de las reglas eco–

nómicas del gobierno eclesiástico. Durante los si–

glos mas her.mosos de la iglesia cada obispo lo dis-