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de Dios, preparada providencialmente, durante el

curso de tantos siglos, para brillar con esplendo–

rosa claridad,

como una luz que ha de ·disipa1· las

tinieblas de las naciones,

y

ha de bm'iar con resplan–

dm·es de glm·ia

á

la Iglesia,

á

la escogida

I s'rael

(1),

con quien el Señor ha Rjusbdo una alianza en el

desierto de este mundo.

Causas naturales,

á

vosotros conocidas,

y

acep–

tadas ya como legítima excusa por el Sumo Pon–

tífice, nos han privado de r ealiza-r uno de nuestros

mas ardientes deseos, de satisfacer nuestra filial

aspiracion. Pero, e'n cambio, Dios nos reservaba

el consuelo de tomar parte en el júbilo universal

de la cristiandad,

y

de ser,

cer.ca

de vosotrof', el

heraldo de tan fausto acontecimiento. ¡Bendita.

sea su Misericordia!

Mas, nuestro júbilo se turba, porque prevemos,

y casi presenciamos ya, una lucha dolorosa. Na–

tural es que_ la verdad sufra ' el recio embate del

error, hasta que Dios lo anonade y lo avergüence,

dando

á

su I glesia otra palma, despues de mil,

con que ha hermoseado sus victorias.

Si, por una parte, la proclamacion del dogma

de fé acerca del magisterio infalible del Pontífice

Romano será la voz poderosa, que hará salir del

sepul cro de la ignorancia, de la indiferencia letal

y del error,

á

muchos, que dormían un profunqo

sueño; si modernos Lázaros sienten ya,

6

van

(1) Evang. de S. Lucas, Cap. II, v. 32.