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-36-

;t)

pam levantrmn'ento de muchos en I sraelj

y

po1· se-

1"tal de contmdiccion: Y una espada tmspasará el

ánima tuya, pa1·a que sean descubiertos los pensa–

'lm'entos de rnuchos corazones

(1).

Con efecto, venerables hermanos y amados hi–

jos en Nuéstro Señor: despues de tan fausto acon–

tecimiento, pocos dias t endremos que gemir aun

en este valle de lágrimas : á Dios pedimos ince–

santemente que se digne abreviar

nuestro destierro,

hado prolongado

(2);

á El nos quejamos, en la

amargurn. de nuestro corazon, porque hemos sido

condenados

á habitar con los m,o?·adm·es de Ceda?-,

es decir, con los hijos de este 'mundo,

y

asi

rnucho

tiempo ha estado pe1·egTina nuestra ánirna, que esta–

ba de paz con los que aóorrecz'an la pazj

y

cuando les

hablábamos, ellos nos contTadecian de grado

(

3). N

o

obstante, al escuchar ln. voz del venerable succe–

sor del Púncipe de los Apóstoles, nos sentimos

excitados á atravesar los mares, para obedecer a,l

llamamiento del que: es P ast(n;' de vosotros, corde–

ros,

y

de Fl!os, oveja, del re:baño de Nuestro Señor

Jesucristo. Queríamos llevarle el

tes.~imorno

de

V\l!e.shra fé

y

de ''1le:stra piedad; estrecharnos, en

torno de: su augusta Cátedra,, junto. cnn nuestros

venerables hermanos, los Obispos del orbe cató–

lico;

y

ver brotar e:n medio de nosotros. la. palabra.

salvadora, participa0ion de la palabra. sustancial

(1) Evang. de S. Lucas, Cap. Il, vv. 34

y

35..

(2) Salmo CXIX, v. 5.

(3)

ld .

id.

VV'.

5

á

7.