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pam levantrmn'ento de muchos en I sraelj
y
po1· se-
1"tal de contmdiccion: Y una espada tmspasará el
ánima tuya, pa1·a que sean descubiertos los pensa–
'lm'entos de rnuchos corazones
(1).
Con efecto, venerables hermanos y amados hi–
jos en Nuéstro Señor: despues de tan fausto acon–
tecimiento, pocos dias t endremos que gemir aun
en este valle de lágrimas : á Dios pedimos ince–
santemente que se digne abreviar
nuestro destierro,
hado prolongado
(2);
á El nos quejamos, en la
amargurn. de nuestro corazon, porque hemos sido
condenados
á habitar con los m,o?·adm·es de Ceda?-,
es decir, con los hijos de este 'mundo,
y
asi
rnucho
tiempo ha estado pe1·egTina nuestra ánirna, que esta–
ba de paz con los que aóorrecz'an la pazj
y
cuando les
hablábamos, ellos nos contTadecian de grado
(
3). N
o
obstante, al escuchar ln. voz del venerable succe–
sor del Púncipe de los Apóstoles, nos sentimos
excitados á atravesar los mares, para obedecer a,l
llamamiento del que: es P ast(n;' de vosotros, corde–
ros,
y
de Fl!os, oveja, del re:baño de Nuestro Señor
Jesucristo. Queríamos llevarle el
tes.~imorno
de
V\l!e.shra fé
y
de ''1le:stra piedad; estrecharnos, en
torno de: su augusta Cátedra,, junto. cnn nuestros
venerables hermanos, los Obispos del orbe cató–
lico;
y
ver brotar e:n medio de nosotros. la. palabra.
salvadora, participa0ion de la palabra. sustancial
(1) Evang. de S. Lucas, Cap. Il, vv. 34
y
35..
(2) Salmo CXIX, v. 5.
(3)
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