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mieron dulcemente en el Señor, legando á sus

pósteros las tradiciones del cielo; r esuena en nues–

t ro oído la voz autorizada de los P rofetas,

qu~

anuncütron por tanto ti empo al E nviado de D ios;

y escuchamos la predicacion de los Apóstoles, que

conversaron con É l, y participaron al mundo ató–

nito

lo

qt~e

lzabian visto,

lo · que lwbián oz'do, lo que

sus p1·opt'cts memos lwbictn palpado del Ve1·bo de la

viclct

(

1), que se vistió de carne pasible y mortal

en el seno de la mas pura de las vírgenes, y que

hoy se h alla r evestido de una carn e inmortal , im–

pasible, gloriosa, y

está sentado á la cliestm del

Padre Omnipotente, ele donde vencl1·á á fuzgar á los

vz'vos y á los nzuertos

(2) .

Cuando llegue el dia de la consumacion de est a

obra admirable; cuando termine la peregrinacion

de

la

Iglesia militante, no será menos prodi–

giosa la accion de Dios, que hoy se oculta fr e–

cuentemente, para dar ocasional ejercicio de nues–

t ra

y de nuestra esperanza. Rasgado entónces

el velo del porvenir, enrarecido el velo del miste–

rio, la naturaleza entera será presa de un vértigo

espant oso, se estremecerá al sentir la presencia

manifiesta del Soberano J uez : el sol padecerá des–

mayos, r ecogerán las estrellas su luz, la luna vol–

ver áse sangrienta y sombría, los cielos se replega–

r án sobre sí mismos; entónce·s tambien los malos

lanzarán un quej ido fúnebre, angustioso, clesgar-

(1) H Epist. de S. Juan , Cap. 1, v.

l.

(2) Símbolo Apostólico.