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hres, pero veo que en su estado tienen rnucho de esa
dicha tranquila que es adoptada por un gran nún1ero
do hombres ...... Estoy adrnirado de que los. protes-
tantes hayan conservarlo los elautros en Alen1ania, y
quisiera ver estos establecimientos en todas partes,
porque en todas partes veo una clase de gnntes que
tiene necesidad de una mediana suerte segura, que
·Ja opinion pública·revela, pero q
ta~
por su inaccion y
falta de recursos es un gran peso pctra ella
y
para la
sociedad. Es necesario en una palabra, hospitales ho–
nestos, y no .son otra cosa los conventos.
(1)"
Estos bienes son grandes: pero son solo domésticos,
se hallan exclusivamente encerrados en el seno de
esas afortunadas familias, que cifran su felicidad en
la paz del retiro, en la abnPgacion de su voluntad ve–
leidosa y tnortificacion de sus pasiones, y en
la pro–
pia santificacion, n1ediante el culto de Dios y J,a prác–
tica de Jas virtudes; y esos institutos están l1atnados
á
prestar servicios mas eminentes
á
la socjeclad humana.
N o hago alusiou
á
ese reflejo de luz moral que, des–
prendida de
e~os
focos, produce en las inteligencias
y
el corazon de los que los miran
ó
recuerdan desde lé–
jos el desengaño de las propias ilusiones
y
extravíos
y
el estímulo al arrepentirniento
y
entniencla. N o
á
esa predicacion
n1uda
con que su aust0ra y modesta
presencia, cuando se dejan ver de tránsito por las ca–
lles, reprocha al vicioso sus
desórden~s
y
alienta al
virtuoso Pn la senda del bien. N o
á
~sos
especia les
~jf~rcicios
ele caridad cristiana, peculiar
d~l
respectivo
instituto, por los que unos se constituyen gratuitatnen–
te perpetuos sirvientes de los enfe rrnos, otros ángeles
del consuelo que vuelvan
á
1~
cabecera del agonizan–
te; estos se consc:tgran
á
la enseñanza de los nifíos po–
bres
y
ricos, aquellos se convierten en redentores de
la esclavitud hu rnana. N o:
nli
rnirada es rnas extens::t
y universal. Me refiero
á
ese rninist.erio sacerclotal co–
nnln
á
todos esos institutos religiosos, al rninistf'rio
de los sacramentos y de la palabra evangélica. Diga
(1)
Cartas sobre la
histm·ia
de la tierra
y
del hombre,
por
M. De–
luc, tom. 4. p. 72.