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DESPUES DE PENTECOSTES.

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r

Dios era

á

los hombres, ha hablado, por decido así, el

lenguage de los hombres; pero estos términos, estas ex–

presiones, este lenguage encierra el sentido de Dios. La

letra no es otra cosa que la corteza, baxo la cual está

escondido un sentido místico

y

todo divino. Y no hay ótro

que el Espíritu divino, que baxo de la letra humana pue–

da descubrir el sentido espiritual, que es frecuentemente

el solo verdade ro: el espíritu del hombre no puede pa–

sar mas allá de la corteza sin extraviarse y desbarrar;

y

como no ve sino lo que la letra presenta naturalmen–

te

á

su espíritu , no concibe en élla sino lo que está den–

tro de la esfera de su entendimiento; y .si quiere ir mas

lejos, da en mil precipicios: solo el espíritu de Dio" pue–

de entender y penetrar el verdadero sentido del lengua–

ge de Dios. Veis aquí por qué antes de la venida del Sal–

vador no tuvo el pueblo judáico sino una inteligencia ba–

xa , material

y

grosera de la Escritura; no concebía en

élla nada que no fuese terreno

y

natural. Solos los san–

tos patriarcas , los profetas, y algunos otros santos del

antiguo Testamento penetraron el sentido espiritual de los

libros santos; pero esto fue por una especial revelacion

de Dios. Solo Jesucristo pudo darnos la inteligencia de lo

que contienen : dexando su espíritu á su Iglesia, le dexó

con él el depósito de la fe, la inteligencia de las ,santas

Escrituras;

y

si élla sola tiene el derecho enagenable de

conocer su verdadero sentido,

y

de descubrirnoslo, á élla

sola pertenece el derecho de interpretar

y

de enseñar:

es imposible que yerre esta Iglesia; pues el Espíricu san–

to es quien la aníma, la gobierna,

y

la ilumina: fuera

de su escuela, no hay sino ignorancia, ilusion, falseda

j,

extravagancia: fuera de la Iglesia no hay sino tiniebl1s·

y

si raya alguna luz, ésta no puede ser sino aquellas som:

brías vislumbres que las malignas exhalaciones producen;

falso resplandor, fuegos fátuos, que llevan todos al pre–

cipicio,

y

que hacen extraviarse

y

desbarrar. Mirad á to–

dos los hereges·que ha habido desde el nacimienco de la

Iglesia: no ha habido úno que no haya seguido su pro–

pio e píritu

y

sus propias luces con perjuicio de la ver–

.dad. Obstinados en no querer oirá la Iglesia, ¡en qué ho-

rrendª's extravagancias, en qué lastimosos errorec; no han

caido, no siguiendo sino las débiles luces de su enteodi-

Tom.

V.

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