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VIERNES TERCERO
de la naturaleza: sin élla nada podemos,
y
con élla lo
podemos todo. Esta gracia es quien nos ilustra, quien nos
arrae , quien nos persuade, quien nos convierte. Es aquel
don perfecto que nos viene de lo alto,
y
que desciende
del Padre de las luces: don sobre todos los dones: don
de dones, que solo Jesucristo nos pudo merecer,
y
que
no otros recibimos de la infinita misericordia de
Dios~
don de Dios,
q.uetan pocas gentes conocen: es aquel don
por el cual somos todo lo que somos, como dice el Após–
tol, si por dicha somos algo delante de Dios.
Gratia D ei
suin
id quod sum.
Esta gracia es el precio de la sangre
de un hombre Dios. Comprende, si puedes, .lo que vale
esta gracia;
y
sin embargo, ¡cosa extraña! no hay don
que menos conozcamos,
y
que menos nos cuidemos de
conocer: tan grosera es nuestra ignorancia,
y
tan crimi–
nal nüestra ingratitud. De aquí nace que tantas veces lo
recibimos en vano,
y
que bien lejos de servirnos de él
para glo,rificar
á
Dios,
y
santificarnos
á·
no'iotros mismos.,
abusamos de él has ta pervertiqos
á
nosotros mi smos,
y
menospreciamos
á
Dios. Este es el moti-vo por qué Jesu–
crist o .nos dice como á la Samaritana:
Si scires donum
D ei : si
conocieras el don de Dios. ¡Oh, si nosotros cono–
ciéramos este don tan excelente,
~an
precioso. tan sa tu -
.dable, l,CÓmo era posi ble que lo menospreciáramo<; · has–
ta el grado que lo hacemos? Por precioso é inestima ble
que sea este don, Dios lo da, Dios lo derrama con una
p asmosa liberalidad . Ni es solo á los pies de los altares,
ó
en los días de fiesta , ó en el exercicio de las buenas
obras dónde y cuándo Dios nos da parce de este teso–
ro, es en medio del mismo mundo, es en medio de nues–
tros desbarros;
y
hasta
á
aquel pais tan apartado va la
gracia
á
buscar al hijo Pródigo para volverlo
á
su pa–
dre. Aunque la gracia sea de un precio tan grande , Dios
l a derrama abundantemente ,
y
á
nadie la niega . La co a
parece increíble: no obstante, es una verdad innegable,
que no solo nos hacemos indignos .de este precioso don
por nues tras infide idades, sino que lo rehu amos obs–
tinadamente cuando Dios nos la da. · Nos endurecemos
contra sus mas fuerte voces, ahogamos sus piadosos mo -
vimientos,
y
cerramos voluntariamente los ojos á su luz.
T,c:.ae
á
la
memoria ese prodigioso número de gracias que