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JUEVES TERCERO

PUNTO SEGUNDO.

Considera en qué inquietudes no se vive cuando se

tie~e

un pleyto de alguna consecuencia. El deseo de ganarlo,

el temor de perderlo ocupan enteramente. Se consulta,

se escribe, se hacen diligencias, se toman infinitas precau–

ciones, se expían, todos los pasos de la parte contraria, _se

.estudia lo que se ha responder á todas sus razones, se

previenen sus demandas, se medita lo que se ha de decir;

y

sin embargo, ¡buen

Dios!

¿,en qué amargas inquietudes

se pasan los dias

y

las noches si se dilata la sentencia?

Nosotros tenemos un gran negocio que evacuar: jamás

hubo uno mas importante ni mas delicado; de él depen–

de

mi

suerte eterna. El dia del juicio, que debe decidir

del todo, me es .desconocido: solo se me advierte que esté

dispue.... to sobre todos los capítulos; gracias, cargo, talen–

tos, empleos, años, di as , horas de estos dias,

y

momen–

tos de estas horas, todo debe ser examinado, todo debe

ser juzgado con una severidad extrema,

y

no se piensa en

ello;

y

sin haber jamás pensado bien en ello, se oye que

el Señor viene, se halla uno al pie del tribunal; cuando lle–

ga el soberano Juez, entonces nos avisa de su llegada. ¡Qué

. turbacion, buen Dios! ¡qué terror, qué dolor, qué despe–

cho comparecer delante de Dios para dar cuenta,

y

estas

cuentas no e tar prontas ! ¡Ser citado al tribunal de Dios,

y

nada tener para justificarme sobre tantos hechos de que

mi

propia conciencia me acusa! ¡y nada h ber hecho para

aplacar mi Juez! Mi fe, mi religion, mi razon misma

me hace mi proceso: todo me asegura ,

y

yo lo veo que

debo perder el pleyto,

y

se trata de mi suerte eterna.

Comprende, si es po ible, los sustos, los pesares, la

desolacion que causa la sorpresa en e te fatal momento.

¡

Ah, si

á

lo menos no hubiera yo tenido tiempo! Pero

lo he tenido.

Si

hubiera ignorado el riesgo de ser sorpren–

dido; pero lo he sabido. Si no hubiera jamas pensado en

las funesta s consecuencias que trae el no aguardar

y

el no

estar dispuesto; pero las he previ

to,

y

todo esto sin fruto.

¡Qué cuerdos, Dios mio, fueron los santos en haber

tenido siempre en la mano la lámpara encendida! ¡Qué fe–

liz füe un san

Abra

en haber pasado cincuenta

años solo