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NOVIEMBRE.

DIA III.

va embebida la misma razon que dixo· Jesu-Christo

el

sus discípulos, avisándoles que temiesen

a

aquel que des–

pu

s

de quftar la vida al cuerpo tenia potestad para

enviar el alma

a

los infiernos. Porque , qué diferencia

no hay de la i,ra de Dios

a

la ira del hombre,

t

del

ca'\tigo que puede dar Dios

a

nu-estros delitos, a qtJe

le puede dar un. hombre

miserable~

Este, por mas que

haga , siempre es preciso que padezca tres defectos en

sus castigos

y

venganzas. Lo primero, la esfera de sus

luces y conocimientos es sumamente limitada : no pue–

de tener noticia sino de aquellas cosas que se sujetan

a

los sentidos ,

y

aun para certificarse de éstas , necesita

del multiplicado testimonio de los hombres, que siem–

pre ha de ser, como ellos, falible. Léjos de s_u potes.–

tad el conocer los delitos ocultos, y mas léjos todavía

el poder graduar y medir e1 punto de malignidad que

tienen unas obras respecto de otras. Por esta causa no

puede dar un castigo segu.n el número de los delitos,

y

mucho ménos acomodado

a

la qualidad

y

malicia con

que han sido cometidog. El segundo defecto que suelen

padecer los hombres al tiempo de castigar

o

de ven ·

garse, es no conocer las acciones , segun

la qualidad

que esencialmente las caracteriza. Por esta causa

se

ha

visto muchas veces absolver

a

los verdaderamente reos

como

si

fuesen inocentes' y castigar

a

éstos con el í1l–

timo suplicio en presencia de los vt?.Fdaderos delinqüen–

tes que estaban celebrando el yerro. El tercer defecto

consiste en la corta extension

a

que se extienden los lí–

mites de la potestad humana. Una provincia

ó

un reyno

pueden substraer

a

un reo de la jurisdiccion

y

potestad

de aquel contra quien cometi6 el delito. Ademas, que

la severidad de las leyes suele ablandarse con el oro,

y

no hay jueces tan enteros

a

quienes no hagan doblarse

el. temor

ó

la esperanza. Pero Dios todo lo· ve , todo

lo conoce , todo lo pesa , en todo lugar manda ,

á

to–

das partes se extiende su justicia: no hay modo ni

ma~

nera de huir su castigo ;

y

así decia bien el real Profeta:

(

Psalm.

138.)

Adónde iré que esté libre de tu poder,

o

adón–

de podré huir que no te tenga presente?

A un

quando baxase

a

los abismos

,

allí mismo encontraré tu omnipotencia.

Ade–

mas , que el castigo que Dios da,

es

por toda

UJla

eter-

E

2

ni-