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NOVIEMBRE.

DIA XIV.

205

humildad. E sto mismo le hizo poco grato

a

sus hermanos

los móngi.:.s, excitando en ellos cierto género de en vidia

que declinaba en aversion, y Je armáron cierto lazo. Una

noche

que le

tocaba despertar para maytines , 1e

apagá–

ron maliciosamente

la

lámpara : baxó

a

la co

ina

por

lumbre

para

encender una vela; pero el cocinero no

se

la quiso dar si no llevaba las brasas encend idas en

el

hábito. El

santo

mance~o,

que era sencillo como una pa–

loma, las tomó inmediatamente en la mano,

y

las echó

en el hábito , sin que ni aquella ni

é

ta padeciesen el

mas

leve

daño, y encendidas como estaban las llevó

a

h

celda de su santo abad;

la

que halló ya toda ilumina–

da con una luz celestial en d fecto de la que él no

ha–

bía

podido traer.

o~

esta manera aquel

Dios, qu e

siemp re

es protector de los humildes , obró dos prodigios

a

un

mismo tiempo para acreditar el mérito de

San

Maló,

a

cuya vista quedó tan atónito el bienaven turado abad, que

se

arrojó

a

sus' pies para honrar en su persona las ma –

ravillas del poder de Jesu-Christo; pero el h umild ísimo

m;incebo atribuía por su parte todos estos portentosos

efectos

a

la santidad de

su

maestro; y habia entre los

dos una santa contienda

ó

combate de humildad, que se

decidió, refiriendo entrámbos

a

Dios

lá gloria de aquellos

prodigios. Despues de prima tuviéran entre sí

una

secreta

conferencia; y habiendo tornado la resolucion de dexar

el

monasterio, se embarcáron en un navío con ánimo

de

irse

a

vivir en alguna isla desierta. Obró muchos mila-

. gros San Maló durante aquel viage; pero el ángel del Señor

los advirtió que no fuesen

a

buscar tan léjos lo que tenian

presente en todas partes: que Dios residía en el corazon

del hombre , y no era menester pasar el mar para gozar de

- su

presencia : que la paz inalterable no se

hizo

para acá aba–

xo,

ni

hay que esperar encontrarla sino en aquella feliz

es·

tanda donde se

ve

a

Dios como es. Despues de esta lec–

cion que los dió el ángel' se volviéron

a

su monasterio,

donde halláron tan trocados los corazones

de

los que los

habian dado pesadumbre, que en adelante viviéron todos

en una perfecta inteligencia. Pero duró poco la quietud

de

nue~tro

Santo , porque le sacáron

de

la soledad para hacer–

le obispo. Habiendo muerto el de Guicastel,

fué

San Ma–

electo por unánime consentimiento del

clero

y

del

pue-

blo: