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SEñOR NUESTRO.

~13

Jesus:

Vosotros decís que lo soy.

Al oír esto, exclama–

ron todos tumultuosamente:

¿,

Qué

necesid~

tenemos

de otro testimonio, una vez que nosotros mimos aca–

bamos de oirsel o decir por su propia boca? Y habiendo

entonces pensando enlos medios que debían tomar para

hacerle morir, resolvieron entregarlo

a

Poncio Pilato,

Gobernador de la Judea por los Romanos, por no tener

ellos facultades para quitar

a

nadie la vida.

Mientras sucedía esto, sabiendo el traydor J udas,

que Jesus había sido condenado

a

muerte' atormenta–

do horrfülemente por los remordimientos de su con–

ciencia, espantado de

la

enormidad del delito que ha–

bía cometido,

y

penetrado de un pesar vivo, pero pu–

ramente natural, se fue al Templo, donde estaban al.

gunos Sacerdotes

y

Ancianos ocupados en sus minis–

terios;

y

llevandoles las treinta monedas de plata , les

dixo : He pecado entregando la sangre del justo.

t,

Quién dixera que una confesion como esta no debía

haber movido

a

aquellos impíos? Sin embargo , ellos

se contentaron con decirle:

l

Qué se nos dá

a

nosotros

de eso? Miráraslo antes. Viendo aquel desventurado,

que nada remediaba con su retraétacion , en lugar de

recurrir

a

la infinita bondad de su buen Maes tro, que

ciertamente hubiera tenido misericordia de él , si se

hubiera arrepentido de veras, se abandonó

a

la deses–

peracion ;

y

habiendo arrojado los dineros en el Tem–

plo delante de los Sacerdotes, se fue de allí,

y

se ahor–

có. Cogieron el dinero los Ancianos, pero. no quisie–

ron echarlo en el tesoro del Templo , porque era , de–

cian ellos, precio de sangre , sino que compraron con

él un campo de un Ollero, para que sirviera de sepul–

tura

a

los peregrinos ;

y

este campo se llamó desde

en-