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D E

vo

To s.

2

5

I

R E F L E X I O N E S.

V

iendo/e ellos, se

elevó,

y

una n11he

le

quitó

de

sus ojos.

¿Qué buscarémos aún,

y

qué podré–

mos amar sobre la cierra?

J

esu-Christo se ha subi–

do al Cielo; consigo se debe haber llevado todos

nuestros deseos. ¿Qué podemos encontrar sobre

la

tierra, que merezca ocupar nuestro corazon?

He–

chos para

el

Cielo, ya no debemos suspirar sino por

este lugar de descanso y de eterna folicidad ;.ya no

debemos suspirar sino por esta Patria celestial. La

tierra parece una mansion harto triste, y en efeél:o

Jo

es, para qualquiera

que

conoce la folicidad

de

la otra vida, para qualquiera que ama verdadera–

mente

á

J

esu-Christo. Para

el vivir, es ser

de

Jesu-Christo, decia

S.

Pablo; y el morir es una ga–

nancia. Todo Qhristiano debiera pensar , debiera '

hablar del mismo modo. ¡Cosa extraña! La tierra

en que 'vivimos, no está sembrada sino de cruces,

y

no produce sino abrojos

y

espinas. Si nace alguna ,

rosa, no·se puede coger sin

~unzarse

;

y

apenas

sé.

goza de ella quando se

aja

y

se deshoja. ¿Qué -dia

1

hay sereno acá baxo?

<Qué

dia sosegado?.

A

las

tempestades succeden los nublados ; no hay estacion

sin escarchas , no hay clima sin vientos impecuosos

y

sin tempestades. Si

á

ilo menos el comercio deJ

mundo nos indemnizára con su dulzura , de la amar-

1

gura derramada universalmente sobre todos los

fru–

tos; <pero quién

no

sabe

que no

hay mayor enemi–

go de

nuestra quietud .y

de

nuestra felicidad ,

que

el trato

y

comercio de la vkia,civil ?

¿La

reélitud,

la

LA

AscEN·

SION.