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R E F L E X I O N E S.
V
iendo/e ellos, se
elevó,
y
una n11he
le
quitó
de
sus ojos.
¿Qué buscarémos aún,
y
qué podré–
mos amar sobre la cierra?
J
esu-Christo se ha subi–
do al Cielo; consigo se debe haber llevado todos
nuestros deseos. ¿Qué podemos encontrar sobre
la
tierra, que merezca ocupar nuestro corazon?
He–
chos para
el
Cielo, ya no debemos suspirar sino por
este lugar de descanso y de eterna folicidad ;.ya no
debemos suspirar sino por esta Patria celestial. La
tierra parece una mansion harto triste, y en efeél:o
Jo
es, para qualquiera
que
conoce la folicidad
de
la otra vida, para qualquiera que ama verdadera–
mente
á
J
esu-Christo. Para
mí
el vivir, es ser
de
Jesu-Christo, decia
S.
Pablo; y el morir es una ga–
nancia. Todo Qhristiano debiera pensar , debiera '
hablar del mismo modo. ¡Cosa extraña! La tierra
en que 'vivimos, no está sembrada sino de cruces,
y
no produce sino abrojos
y
espinas. Si nace alguna ,
rosa, no·se puede coger sin
~unzarse
;
y
apenas
sé.
goza de ella quando se
aja
y
se deshoja. ¿Qué -dia
1
hay sereno acá baxo?
<Qué
dia sosegado?.
A
las
tempestades succeden los nublados ; no hay estacion
sin escarchas , no hay clima sin vientos impecuosos
y
sin tempestades. Si
á
ilo menos el comercio deJ
mundo nos indemnizára con su dulzura , de la amar-
1
gura derramada universalmente sobre todos los
fru–
tos; <pero quién
no
sabe
que no
hay mayor enemi–
go de
nuestra quietud .y
de
nuestra felicidad ,
que
el trato
y
comercio de la vkia,civil ?
¿La
reélitud,
la
LA
AscEN·
SION.