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Llamóle en una ocasion otro religioso que padecía un achaque

habitual, y porque no fué prontamente,

ú

causa de estar auxi–

liando á otro que estaba gravemente enfermo, cuaudo entró á

verl e, lo insultó con 11.>do género. de agravios, manifestándose

sumamente indignado y ofendido. Sufrió en silencio el siervo

de Dios tantas injurias, y se retiró á su celda, dando Jugará

que se tranquilizase el corazon iracundo del religioso. Pasado

un rato, volvió

it

visitarle, suponiendo que hubiese calmado su

enojo; mas no fué asi: pues, mas enfurecido, le maltrató de cuau–

tos modos le sugirió su desenfrenada pasion. Postróse

á

sus pies

fray Martin, pidiéndole perdon, con muchas lágrimas, de la ima–

ginaria ofensa que le imputaba; pero tanto mas se encendia la

ira del religioso, cuanto mas se humillaba el siervo de Dios.

Yiéronle en esta postnra·otros religiosos, que llegaron, oyendo

los descompasados gritos del enfermo, y preguntaron

á

fray

~Iartin

que había ocurrido, y por qué estaba en esa postura.

A lo que les respondió con modestia

y

tranquilidad de ánimo:

«Este padre me ha dado con el polvo de mi bajeza en los ojos,

"y

me ha puesto la ceniza de mis culpas en J¡¡ frente. Yo le

• agradezco tan útil recuerdo; mas no me atrevo á besarle las

"manos, conociéndome indigno de llegar adonde baja el mismo

·Dios; pero estoy

á

sus pies, los que aun no merezco tocar, por–

"que son de un sacerdote. Conozco y confieso que el padre

"ha procurado de este modo recor<iarme lo que soy por mi ba–

" jo nacimiento, y por mis ruines costumbres, á fin de que no me

"ensoberbezca, viéndame en compañia de vuesas pateruidades

"y

recibiendo Ja estimacion que no merezco."

.

Toleró con alegría

y

humillacion otras muchas vejaciones de

esta especie, no solo de los religiosos

~nfermos

y de lo$ sanos,

sino tambien de algunos prelados que sin motivo le injuriaban,

y

auu le disciplinaban, como si fuera un criminal. No me corres–

ponde decidir, si seria grata á Dios esta conducta de los supe–

riores, con el fiu de probar la virtud del sieno de Dios. Pero

sé que el prelado hace oficios de padre con sus súbditos;

y

que

ningun padre, ·estando en su juicio, insulta y castiga á sus hijos,

cuando cumpleu· exactamente lo que les manda; y tambien sé,

que, si

á

todos obliga ser mansos, humildes y caritativos, mucho

mas

á

los que estáu sobre el candelero, porque deben servir de

modelo

á

Jos demas, y excitarlos, con el esplendor de sus vir–

tudes,

á

que sea glorificado por ellos el Padre celestial. Pero

á

fray Martin le fue muy útil la imprudencia de unos, Ja impa–

ciencia de otros, y la soberbia é injusticia de cuantos le mal–

tratabau; pues, postrado

á

los pies de cada uno, les pedia per–

don ;

y

confesáudose reo de mayores castigos, rogaba

á

Dios, con