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brinda testimonio de que el Dr. Basadre ejercitaba cotidianamente la cualidad de

la humildad interior, con absoluta naturalidad y sencillez, como he relatado en

pasadas oportunidades, por escrito y orahnente, al retnemorar las circnnstancias

de mi primer contacto con él, en 1939, primer contacto que no puedo reahnente

afirmar fuera el momento en que lo conocí, pues el conocimiento entraña

conciencia de lo conocido. Ese plliner contacto ocurrió en la Biblioteca Central

de la Universidad de SanMarcos, de

la

cual era director, a la vez que catedrático de

la Facultad de Letras a la que yo había ingresado, en ese año 1939, como paso

previo a los estudios de Derecho. Como desde que aprendí a leer,

fui,

como

muchísllnos otros niños, nn voraz devorador de cuanto papelllnpreso cayera

en mis manos, el acceder a su Biblioteca fue privilegio que me apresuré a ejercitar

en la casona del Parque Universitario.

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plliner recuerdo de la persona, a la que luego identificaría como el Dr. Jorge

Basadre, es el de nn, más que amable, afable empleado que además de atender

solícito al estudiante se permitía inquirir por la razón de su interés en la obra

pedida y aconsejaba, más bien sugería, con discreción, nn título más adecuado al

nivel de conocimiento o a las reales necesidades del solicitante. Digamos hoy,

perdonando nna insolvente suficiencia, que creo haber pensado en esos

momentos, que el afable empleado era nn sutil entrometido en la íntima

volnntad de quienes acudíamos a la biblioteca sanmarquina. Pueden imaginarse

cuáles serían mi desconcierto y mi bochorno cuando nn compañero de facultad

de año superior, me reveló que quien me atendía no era nn común empleado de

la biblioteca sino su director; y caí en cuenta que mi error se había debido a la

costumbre de Don Jorge de usar en el trabajo diario nnguardapolvo blanco, en

todo similar a los que vestía el personal a sus órdenes, ya que, cuando no estaba

ocupado en su escritorio ubicado entre anaqueles de libros y no en la pequeña

oficina directoral, él colaboraba con toda sencillez y naturalidad en la atención de

los estudiantes.

Ahora bien: veamos cómo el joven, ingresado como sllnple empleado auxiliar

a la Biblioteca Nacional en 1920, se convirtió en bibliotecario prllnero y en

bibliotecólogo después.

Lo primero, ocurrió a partir de su colaboración con el Dr. Pedro Zulen, en la

biblioteca de la Universidad de San Marcos de la que este era director, y ala que

ingresó en 1923, súper vigilando el servicio nocturno. Zulen había seguido

cursos de bibliotecología en EEUU y fue también quien inició aBasadre en el

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