norte, que, por otro lado, tantas tentaciones ofrecía para gozar de variadas y
multiplicadas ofertas en todas las manifestaciones de la museografía y del arte,
especiahnente, en los cmnpos del teatro y de la música a los que Basadre fue muy
aficionado. Por ello pienso que, cuando, en oportunidad de clausurarse el plliner
curso de la Escuela de Bibliotecarios en 1944 habló de la inigualable <<Satisfacción
interior del deber cumplido» y de <da alegría del esfuerzo máximo», se refería no
solo a la gigantesca tarea que desarrollaba por entonces en la reconstrucción de
esta Biblioteca Nacional sino también a la etapa de su formación
bibliotecológi.ca,
callando las penas y los sacrificios que habría pasado, durante su primera
experiencia de vivir en EEUU, para alcanzar tal satisfacción y alegría.
Hablando específicamente del Dr. Basadre y de
la
Biblioteca Nacional, su concepto
era que esta debía tener rma dimensión que no se limitara al área que ocupara el
local o al dinero que se invirtiera en su construcción, sino que constituyera el
prmto central de rma red que extendería sus servicios no solo a todos los barrios
de la capital, sino a todas las ciudades del país «complementando y extendiendo,
hasta el límite de lo posible, las funciones educativas que las aulas escolares y
rmiversitarias cumplen al suministrar.
dentro del más amplio espíritu democrático la mejor lectura gratuita para el
mayor número de personas: el hombre normal y el ciego, el niño y el adulto, el
erudito y el ignorante, el que salió demasiado pronto de la escuela y el que no
aprendió en ella lo que ahora necesita, el que busca una nueva ocupación u
oficio, el que quiere simplemente un sano esparcimiento y el que trata de
hacer una investigación científica y por eso merece facilidades especiales;
todos ellos y múltiples otros deberán hallar en este hogar intelectual, sin
discriminaciones personales, albergues, asistencia, orientación y guía. (Basadre
1960, 184).
Otra preocupación del Dr. Basadre era la del necesario profesionalismo de quienes
sirvieran en el sistema bibliotecario nacional, integrado paulatinmnente a partir
de la Biblioteca Nacional, y que, temprano o tarde, debería extender sus servicios,
en rma primera etapa, a sucursales o anexos en los distintos barrios urbanos y
suburbanos de la capital, integrándolos en rma red que incorporara tmnbién sus
áreas rurales próximas, para luego extender este sistema al resto del país, etapa
en la que el papel irradiador lo desempeñarían las bibliotecas de las principales
ciudades de cada región, porque Don Jorge nrmca concibió la auténtica
descentralización con, digámoslo, rma absurda «departamentalizaciórm, con la
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