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El primer jefe que tomó la palabra despues de nosotros, aconsej ó e1
rechazo de nuestras proposiciones
sin dúcusion,
pero esta idea fué reprobada
por todos y continuó la conferencia hasta que al fin los jefes allí reunidos,
nos significaron que solo era posible tratar de paz tomando los siguientes
puntos de partida: dos M inistros y seis ó siete Jefes Politicos elegidos por
S. E. de una lista que presentarian los jefes revolucionarios.
, El desarme de todas las fuerzas que h aya en el pais y
muy particular–
mente:
la de línea que se encuentra al servicio del Gob ierno.
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El reconocimiento de todos los grados con feridos por la revolucion.
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El pago preferente de todos los compromisos contraidos por los jefes re–
volucionarios y de todos los gastos que por parte de ellos se h ayan origina–
do en esta guerra.
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El pago de todos los sueldos de·1engados á los jefes y oficiales de línea
que por emigracion ú otra causa política hubiesen sido dados de baja desde
el tiempo del General F lores.
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Al escuchar tales opiniones, declaramos que estaba termim1da nuestra mi–
sion; que no podiamos discutir semejantes proposiciones porque no lo permi–
tian nuestras facultades, y que al dia siguiente nos retirabamos para Monte–
video.
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Entonces á indicac:ion de uno de los jefes, se acordó que llevarian ellos
las proposiciones del Gobierno para discutirla;; así concluyó aquella desgracia –
da conferencia.
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Al dia siguien te, ya muy tarde, nos manifestaron los J efes revolucionarios
que no declinaban de sus pretensiones, pero como no podian prescindir de
los emigrados de Buenos Aires, el Sr. D . Bernabé Rivera nos acompañaria
para p asar á l a vecina orilla y consultar allí las opiniones.
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Respondiendo á los patrióticos deseos que en repetidas entrevistas nos h a
manife~ tado
V. E., lamentando la tradicional guerra civil en que los orienta–
les se devoran, accedimos al pedido de Jos jefes revolucionarios no sin antes
declarar al S r. Rivera, que no alimentase la esperanza de una pacificacion
fundada en las pretensiones de los jefes revolucionarios que en ningun
sentido y bajo ningun carácter aceptábamos semejantes pretensiones-que las
únicas bases á
d isciitir,
eran las que por intermedio nuestro ofrecia el P re–
sidente de la República.
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E l Coronel Muniz y sus jefes exigían que mientras desempeñaba su
mision el Sr. Rivera, hubiese una suspension de h ostilidades y aunque
n osotros
estábamo~
autorizados por V. E . para hacer inmediato el armisticio,
creimos que no debíamos
u~ar
de esa autorizacion, sino en caso de que
fuesen aceptadas llanamente las concesiones del Gobierno.
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Despues de nuestra salida de Roch a, recibimos, formulados por escrito en
calidad de modificaciones á las bases del Gobierno, las proposiciones de los
jefes revolucionarios,
y
las ponemos en manos de V . E. como testimonio
irrecusable de las exigencias que hacen fracasar esta negociacion pacifica en
momentos que reclaman Ja lerminacion de la guerra como único medio de
evitar al país grandes calamidades económicas, financieras y políticas.