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Los que de estos infelices, cayeron prisioneros que fueron los
mas por la circunstancia fatal de no poder caminar, sufrieron
tormentos horribles antes de ser ultimados por las huestes san–
guinarias de Suarez; pues la mayor parte en el des"eo natural
de salvarse, se habían arrastrado por entre los terrenos ara–
dos y alejádose á grandes distancias del campo
-a~
batalla, ·
á donde eran trasportados nuevamente con la mayor cruel
"
dad, y lanceados ó degollados despues de hacerlos pisar con-
las caballadas y cometer con ellos las mayores tropelías y ve–
jámenes.
En la batalla del Sauce cayó prisionera del ejército guber–
nista aquella banda de música que, como recordarán nues–
tros lectores, se pasó del enemigo durante el sitio de Monte–
video.
Como el General Suarez hacia gracejo casi siempre de sus
crueldades é infamias, en seguida que campó su gente, des–
pues de terminada la batalla, llamó á los , ,wúsicos prisioneros
ante su presencia y les exijió que tocaran una marcha militar.
Los pobres músicos, con un miedo de todos los diablos de–
lante de aquella fiera, colocados en la misma situacion que el
raton delante del gato; y con
fa
banda completamente deshecha
por otra parte, pues faltaban varios compañeros, muertos
unos y fugitivos los otros, y habían perdido el bombo y los
platillos y tres ó cuatro instrumentos mas,-no les fué posible
tocar la marcha que se les exigía ni ninguna otra pieza, desafi–
nando de una manera horrible y tocando cada cual una pieza
diferente, ó varias á la vez en una confusion espantosa.
Suarez y sus amigos se reían estrepitosamente de los apuros
de los
gringos,
como ellos decían, celebrando con chistes gro–
. seros aquella escena
trap fort
para no ser ridícula.
-Basta, basta, vociferó Suarez, tapándose los oídos para apa–
rentar que no se podía oir, que sufría al sentir los acordes des–
templados de aquella espécie de danza macabra. -
Basta,
gringos hijos de la gran.... Y á ver, continuó dirigiéndose
á
sus ayudantes; hagan degollar en seguida á estos palomos par.a
que no aturdan mas á la gente.
Y
se degollaron á pesar de las súplicas y llantos de aguellos
infelices, que al mas duro de corazon, á no ser un José Grego–
rio Suarez, lo hubieran conmovido profundamente y hecho re–
nunciar de hacerles mal.