En su rostro ya no hay sitio para una arru–
ga más; de sus buenos tiempos, ·en aquella
boca dicharachera no quedan sino dos dien–
tes, tan movedizos como ella misma; sobre
su mentón se alzan muchos pelos hirsutos
y agresivos, y para qué seguir contando ...
¡Oh! . . . En cambio el espíritu permane–
ce en los quince años. Y se deleita no sólo
con los requiebros de buen gusto y los equí–
vocos ingeniosos y con el sol de las once,
sí que también con las lecturas y la mú–
sica escogida, y conste que Adrianita es,
más bien dicho fué, una magnífica ejecu–
tante de piano.
Mientras tanto, se olvidó del tiempo y
de las realidades y de las mentiras y del
dinero
y
las pasiones. De todo. Vive en las
márgenes de nuestra ·existencia común. Por
esto, ella se burla de los hombres, de las
mujeres y del mundo entero. De ella misma.
Y éste es, sin duda, el mejor síntoma de su
cordura. Chiflada, dicen de ella; porque
renunció a su papel en nuestra comedia,
para mostrarnos mejor, desde fuera, nuestra
propia caricatura. Nos imaginamos burlar–
nos de ella, y es ·ella, en buenas cuentas,
quien nos toma el pelo. ¡Y vaya si sabe
hacerlo con gracia! ...