apolillados huesos se enderezaban en un
alarde de resurrección. El viejo tongo era
rechazado hacia la nuca. Y el bastón alzá·
base a guisa de mástil y arma bélica a la
vez. Y ahí tienen ustedes a Ventura, impro·
visándose fogoso orador en medio del arro·
yo. Unos discursos de órdago, loando al li–
beralismo. Y pestes contra sus enemigos, y
lb
l "·
"
sapos y cu e ras para os pasa-pasas .
El auditorio aplaudía a rabiar. Gualai–
~hos
tomadores de pelo. Tempestades de
carcajadas se desataban en torno del deseo–
. sido tribuno.
Pero el rato menos pensado. Ventura,
empachado ya de las auras populares, ha–
cía caer su bastón sobre sus oy-entes
y
los
desbandaba a garrotazos.
"LA CHALLA"
Tendera sesentona, bigotuda y cascarra–
bias. Con vivienda y puesto de venta en los
'aledaños del Seminario, donde se educaban
los retoños de la flor y nata d·e La Paz. Su
vida habría sido un remanso apacible, si
los colegiales no se empeñaran en turbár–
sela. Y verán ustedes si era para poco. Le
gritaban, metiendo un poquito la cabeza en
la tienda: ¡Challa!-... , que, en buenas cuen–
tas, no significa chicha ni limonada. ¡Ah!,
pero a ella se le antojaba mostaza en las
narices. Qírlo y salir hecha una furia, a
vomitar injurias, amenazas, maldiciones,
era todo uno. Los muchachos, situados a
una distancia prudente, contemplábanla
sonriendo. Con ojos interrogantes y cierta
inquietud sospechosa. Si la irascible ·s-eño–
ra iba camino de calmarse, metíanle calda
repitiéndole: ¡Challa! Hasta que, por fin...
Bueno, era esto lo que esperaban ellos. En
lo más recio de su andanada verbal, las
manos d·e la "Challa'' buscaban nerviosa–
mente un arma contundente. Y allí venía
lo bueno . . . A falta de piedras, cogían al
acaso, manzanas, alfeñiques, bizcochos o
algo por el estilQ, ¡y guerra a los agreso–
res!
Hermosas batallas que los seminaristas
deseaban se repitiera cada día, con cada
salida del colegio. Por eso, al pasar por
la tienda, no dejaban de decirle, con la me–
jor de sus intenciones: ¡Challa!
"EL MAIQUINA"
Ahora le toca el turno a Cálixto, el clá–
sico portero del hospicio "San José". Alias
el "Maiquina". Terror de los niños, que
veían en él un monstruo. Además de feo,
parecía que ladraba en vez de hablar y no
sabía andar sino de posaderas.
Para
~acudirse
de los impertinentes, ha–
cía castañetas con las dos piedras sobr·e las
que apoyaba las manos para remolcar su
robusta humanidad. Porque en punto a gor–
dura, muy pocos podían codearse con
él.
Se diría un marrano cebado en un sitio.
La imaginación popular hízolo protago–
nista de una singular y estremecedora his–
toria.
Calixto había·sido soldado de Melgarejo.
Un granadero aguerrido y temerario, digno
de tal jefe. La desgracia le vino durantP.
una revolución.
472