dra. El personaje que es la viva represen–
tación del demonio, es
Supaya.
El
yatiri,
a la vez
laika
o mago, es el
hechicero que ejercita artes para ahuyen–
tar los males. El
Kharisiri,
es un ser crea–
do por la imaginación del indio: acecha
por los sitios desolados y en horas de ti–
nieblas para abrir las entrañas a los via–
Jeros.
Para deshacerse de males, hay que re–
currir a la
truca,
a la
thalanta
y otros pro–
cedimientos en que son diestros los brujos
kolliris.
MANIFESTACIONES DEL ESPíRITU REUGIOSO
Las prácticas religiosas ocupan buena
parte del tiempo de las actividades del in–
dio. Éste trabaja y ahorra para celebrar
con largueza los "alferazgos", en cuyas
circunstancias la esplendidez estriba en la
abundancia de licores. Las fiestas religio–
sas son, pues, motivo de esparcimiento y
larga holganza, ya que se extienden desde
las vísperas hasta las octavas.
Pero durante aquellas festividades es
dado admirar el infinito número de dan–
zas y músicas propias de la provincia Ca–
macho, y la variedad de trajes, disfraces e
instrumentos. Entre los conjuntos que ma–
yormente se distinguen están éstos: los
Aruntasiris,
los
Cullaguas,
los
Chunchus,
los
Auqui-auquis,
los
Waca-tockoris,
los
Huitucos,
los
Wipfalas,
los
Kjapiris,
los
"Solas,
los
Chotcos,
los
Choquelas,
los
Mu–
cululus,
los
Chanchi-pandilla,
los
Tacapan–
dilla,
los
Sicuris,
los
Chiriguanos,
los
Mis–
ti-sicuris,
los
Chutapandillas,
los
Warinis,
los
Kjachuiris,
los
Palla-pallas,
los
Locke–
tockoris,
los
Muchullis,
etc.
En las poblaciones, fuera del aspecto
meramente religioso que ha menester de
misas y procesiones, el "alférez" o el
"preste" tiene verdadero orgullo .en invi–
tar a todo el vecindario a mesas de "on–
ce", lunchs, picantes o comidas. Los indios
forman un grupo y los
mistis
otro. En tales
manifestaciones, el licor que colma todas
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las apetencias es la chicha de maíz. Con–
cluída la comilona, viene la danza: cuecas,
bailecitos y
kaluyos,
finalizando con las
alegres "pandillas", que salen a caracolear
por las plazas y calles del pueblo.
EL PAISAJE Y EL ESPíRITU DEL HABITANTE
Las dos zonas geográficas, la ribereña y
la cabecera de los_valles, determinan el tem–
peramento de sus respectivos habitantes.
Los del lago, algo retraídos, poco ·efusivos,
contemulan con cierto arrobo la majestuo–
sidad de las aguas, aunque no sepan o no
quieran expresarlo. Hombre y naturaleza
se unen, se comprenden, se completan. Se
diría, empero, que la magnitud, la belleza
y los coloridos de los paisajes del incom–
parable lago andino no calan hondo en el
espíritu del nativo. Y que, frente a la rudeza
del suelo, su alma se aplica más bien a
urgencias materiales que a la expectación
estética. De ahí que, con naturaleza tan ad–
mirable, su espíritu confronte problemas in–
ternos íntimos y no exteriorizaciones de
apetencia artística.
Los del valle, con paisajes cerrados, un
horizonte restringido, pero poblado. de vo–
ces, colores y aromas, y una naturaleza da–
divosa y un clima benigno, poseen una ac–
titud espiritual extravertida. Recogen el
paisaje dentro de sí y proyectan su ánimo
a horizontes más vastos:
Plaza de la población de Escoma.