67
ra me he. valido, y se ingresa en el Aymara, se puede apre–
ciar el mismo fenómeno, aunque algo más restringido. So–
lamente se conserva el parentesco por generaciones en la
rama paterna, donde se usa Auqui para designar al Padre
de
· Y
o, y Auqui, también, para el hermano del Padre de
..y
o. En cambio en la línea materna !1'ay na verdadera revo–
lución, pues, al revés de lo que podía esperarse, hay una
diéción especial para designar a la Hermana de la Madre
de Yo. Sin embargo, a pesar. de encontrar en este idioma
rastros menores del parentesco por generaciones, hay que
convenir que en una época remotísima tuvo amplia vigen–
cia entre los habitantes del Callao. -
Se percibe, pues, · con toda luminosidad, este arcaico
.sistema de .parentesco que vivía ya agónico, solamente
1nantenido por la fuerza poderosa de la tradición. Apenas
,,si a la generación ·padre se -le reoonocía esta indiferencia–
. dón entre sus miembros es decir, que iba rodando en fran–
ca decadencia. En cambio, en la genración de los hijos hay
una verdadera policromía de apelativos, señalando, con t0r–
<la precisión, el grado de consanguinidad de los diferentes
1niembros de ella. Pero no es solamente esto. El padre
y
la
madre no tienen un
norr~bre
genérico, común para ámbos,
con que designar a sus hijos, y así mientras el padre usa las
·palabras Churi y Usur(para el mascu!ino
y
femenino, respec–
tivamente, la Madre tiene que conformarse con la de Hua-
11ua, usada indistintamente.
Este hecho es demasiado sintomático para dejarlo sin
un minucioso examen. En efecto, esta complicada sistemá–
tka obedece, a no dudarlo, al ancentralismo y robustez de o–
tro ordenamiento que vivía refugiado y semi oculto en el pa–
Yentesco vigente de esa época. Hay en la línea colateral vo-