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Biblioteca Humanior

viduales de penetración y probidad, pero más a menudo

apreciamos la oportunidad del temor de Quintiliano:

timeo hominem unius libri.

La segunda etapa sobrevino a raíz del multiplicarse

de los documentos. Cuando, por obra de infatigables

.

buscadores de infolios y editores de crónicas de Indias,

cuyo prototipo fué don Marcos

J

iménez de la Espada

-

sin h']¡blar de Markham, Pietschmann, etc.-, cuando,

decíamos, el ponderable cuerpo de narraciones que hoy

poseemos, cesaron de ser

·

vedados manuscritos ocultos

en archivos y conventos, para mostrarse en letras de

imprenta sobre la mesa de todo peruanista, ya fué· pre–

ciso 'abandonar la ensoñación propia de los historiadores

unívocos, y hubo que tomar conciencia de la pluralidad

de las fuentes, como de un hecho que ya no podía ser

ignorado. Lejos de citar como pieza justificati 'a un

único pasaje, de un único Autor, se hizo entonces alarde

de información, transcribiendo varios trozos pertene–

cientes a dos, tres y más Cronistas; es natural que esos

pasajes se utilizasen por regla general cuando sus con–

ceptos eran coincidentes, o al menos, con escasas varia–

ciones, concurrentes. Características de esa etapa son

las ediciones de crónicas provistas de un aparato de

anotaciones coordenadas, en las cuales se consigna, a

propósito de cada punto, la versión que se lee en Cieza,

la de Betanzos, la de Acosta, de Xerez, etc., sin ·pre–

ocuparse mayormente de poner en claro el por qué de

las recíprocas desconformidades. Cuando se trata de

enumeraciones (listas de nombres, reyes, pueblos, po-