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d·ejó

caer

·ell

el cami-no el ·espejo misterioso: el vidrio

se

transformó _en a·gua, 'que, ·ext·end.iéndose en un abrir

y

ce–

rrar de ojoo, formó un inm·enso lago detrás de eHa.

.

El maldito se vió obligado a rodearlo por la orilla, lo

que aprovechó Eulalia para avanzar todo lo que pudo; pero

aquél, por su parte, se

apré~uró

también y pronto recuperó

el terreno perdido. -

·

1De nuevo se aproximó tanto que parecía que con alargar

la mano la cogería. . . La india dej 6 caer el peine

y,

¡nuevo

mila.gro!, éste se convirtió ·en un ·inmenso"

y

espeso )Ilato–

rral, erizado de espinas e imposible de atravesar; pero el

condenado, a pesar de todo, metióse en él con furor; enton–

ces la espesura se tupió más aún, y tanto

y

tan bi·en, que

Eulalia iba ya muy lejos cuando él llegó al otro lado.

De nuevo

y

con más bríos continuó su persecución:

co ~

rría, volaba casi,. y por terc·era v·ez ·estaba a punto de alean–

zarla ... Pero 1a tarde empezaba a ca;er

y

la fugitiv-a ya no

resistía más, tambal·eándos.e, medio muerta de terror y de

fatiga; sin embargo, tuvo fuerzas para

cum~lir

la última de

las

recom~endaciones: r~pidSl

como el rayo,

col~có

el jabon en

el suelo

y

se dejó caer ., sobre él.

.

¡·Oh maravilla! El jabón empez-ó a g·erminar ·como Una

simiente; luego ,trocóse en reto-ño de olivo, que empez6 a

crecer, a crecer, y eJ.evarse a una considerable altura, Y

Eulalia se vió a salvo ·en uria de sus fuertes ramas.

En

es·e

mismo instante

y

a corta distancia se abrió la tierra

y ·

por

la sima apar·eció un ejército de demonios; una parte de ellos

se apoderó del réprobo

y

lo sumergi·eron en el abismo; los

restantes hicieron todo ló pOsible por trepar al árbol

y

coger

a la joven.

_

_ Péro todos sus afanes resultaron ·vanos: una fuerza invi–

sible los arrojaba lejos. Furiosos, fueron entonces a buscar

hachas, picotas

y

sierras, ·ensañándose .por derribar el árbol.

Sacudida por los terribl·es hachazos, horrorizada por los

aullidos de los demonios, Eulalia llamaba a gritos a la .auro–

ra, temiendo que su refugio no resisti·era hasta entonc·es.

Por fin

el

canto del gallo

r~esonó

como un- gr-ito de ·-es–

peranza en los oido.s de la inf·eliz. Sus infernal·es enemigos .

redoblarol!

s~s

tesones ... ; un segundo canto rasgó las

ti–

nie_blas

y

los

demonios, con v·erdadero fr.enesí, continuaron

en

su

empeño ...

Por último, un tercer canto saludó la aurora

y

los

ma–

los espíritus huyeron; la jov·en entonc·es s·e encontró sola,

sentada en el suelO-.

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