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obj-etivo con la participación personal, dando orig

: n

al acto expi;esivo puro.

,

En Jos

úl~imos·

tiempos ha aparecido el invec ·

toir de danzas PºP'-'la•res. Es la prueba que faltaba

de la vitalida

1

d de e"sta 'especie · folklórica. (Bueno

es

nom~rar

ya. a ese artista del pueblo, a . ese Dia –

ghilef folklórico intuitivo : José Gómez Ba1Suad<lo) .

Pero

·en

las nuevas danzas puede notarse ya el pre–

dominio de la preornpación composicional, de la

organización objetiva de Ja anécdota coreográfica ,

confiriéndole un ·dibujo matemático que tiende a me–

canizar la participación personal. Con estas nuevas

moidialidades la danz.a· parece concebida de antemano

como "espectáculo", o aspira a convertirse ·en ta[, y

J~eva ,

por consiguiente, en sí un germen antífolkló-

neo.

De los tejidos y cestería .artística de Santiago

no

se

ha hablado hasta hoy. Son, sin embargo, dos

expresiones folklóricas realmente notables, en que se

desahoga una voca•ción plástica poderosísima. En .

su fragor cromático y el desorden de la composi–

ción late un sentido decorativo m.agnífico, que al ·

guna vez fué disciplinado y .ahora se maiogra ba J·

ta:nte a causa de su caotismo. No se ha estudiado

nunca su evidente y notable valor iconográfico.

como reflejo del espíritu religioso y las intuitivas

concepciones es.téticas de la naturaleza . El rigor te–

mático, que llega .a ser muchas veces automático,

prueba que se trata de viejísimas concepciones for –

males y no de fantasías d'el 5!Usto o capricho oerso··

na!. La representación decorativa nu1nca es realista, y

a menudo parece remotamente esotérica, con posi–

bles reminiscencias místicas, tot_émicas, legendarias.

etc. Parafraseando la observación de cierto etnó ·

grafo, podríamos decir ·que estas representaciones

tienen el

gr.an

interés de darnos a conocer temas

l~-