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E R NEST O M OR ALES
un monarca. lmponian su religion, su idioma y
SU
gobierno a los conquistados, comunmente tri•
bus salvajes, y entonces, y apoyandose en ellos,
continuaban su lenta y segura obra de absorcion.
Esta obra esti llena de intenciones de paz. Se–
guramente, en la realidad no pudieron realizarlas'.
Los tiempos y los pueblos eran demasiado sal–
vajes y la violencia fue el arma mis eficaz para
convencer a los rebeldes sobre las excelencias de su
religion, su idioma y sus instituciones. Sin em–
bargo, aunque el estado de guerra, sobre todo en
las fronteras del imperio, haya sido el
estad~
ha–
bitual, la violencia incaica aparece singularmente
moderada, no solo si se la C'onsidera en compara–
cion con el imperio azteca, sino aun con la de
los conquistadores europeos. lngleses, portugueses
y espaiioles demostraron no conocer ni practicar
esta prudente maxima de uno de los soberanos
Incas: "No debemos destruir a. nuestr'os enemigos,
porque perdida nuestra seria, ya que ellos y todo
lo que les pertenece seri nuestro". Para coger el
fruto, los conquistadores incas no derribaban al
irbol, como hacian los europeos.
Quebrada la fuerza de un pueblo, comenzaban
los incas su obra de civilizac.ion imponifodoles la
religion solar, pero sin negar ni destruir sus ido–
los. Tambifo respetaban sus costumbres, siempre
que estas no fuesen atentatorias a las leyes incas:
combatieron duramente la antropofagia y la so–
domia. Y por ultimo se les enseiiaba el
Runa simi,